Presidencia de la Nación

Luisa Paz: cuando los sueños se vuelven realidad

La delegada del INADI en Santiago del Estero cuenta su historia en primera persona. De la estigmatización, el trabajo sexual y la discriminación, a la lucha por los derechos, el trabajo en INADI y la reciente adopción de una familia de dos niñas, una de ellas junto a sus dos hijas, que la convirtieron en madre y abuela a la vez, en un caso único en el país.


El próximo 16 de septiembre, con mi compañero José cumplimos 37 años de convivencia. Pero éste no será un año más. Esta vez, lo celebraremos junto a nuestras dos nuevas hijas y dos nuevas nietas porque agrandamos la familia, en un proceso de adopción inédito en el país y que esperamos contagie muchas otras buenas historias que seguramente están esperando concretar este derecho.

Hoy te queremos contar la nuestra.

Con José siempre tuvimos la idea de poder incorporar una personita más a nuestra familia. Pero por ser trans, la cosa no era tan fácil… Piensen que entre los '80 y los '90 había mucho temor a que las personas trans pudieran hacerlo. Yo misma temía que me “descubran” los medios, porque en aquel momento no había ninguna ley que nos protegiera. Sentíamos que el proceso, lejos de ser feliz, iba a ser un sufrimiento.

En ese momento, además, ejercía el trabajo sexual y sentía que no tenía demasiado para ofrecerle a un niñe; no tenía seguridad ni estabilidad económica. Entonces, era una suma de cosas: el escarnio público y social, el qué les voy a ofrecer, el desde qué lugar puedo asegurarles un futuro mejor.

Pero cuando en el '92 nos vinimos a vivir a Santiago, todo empezó a cambiar.

Desde aquí militamos la Ley de Matrimonio Igualitario, la Ley de Identidad de Género y luego la Reforma del Código Civil. Y en el 2010 entré a trabajar al INADI. Ahí fue que empezamos a pensar junto a mi compañero: ¿qué es lo que sigue?

Hace no mucho, entonces, decidí acercarme a preguntar en el Registro Único de Adoptante cuáles eran los requisitos. Pese a tener ganas, nunca lo había hecho: hasta ese momento me guiaba más por lo que decían, por lo que imaginaba, por un montón de factores que no eran los reales. En el RUA me atendieron muy bien, los requisitos no eran nada engorrosos y los plazos no eran tan largos.

Me llevó casi 8 meses presentar los papeles porque de algún modo seguía cargando con el estigma de ser trans. Después comprendí, además, que también tenía un gran estigma con relación a la adopción.

Por ejemplo, cada vez que hablábamos del tema, José me decía:

-Quiero sea varón, para llevarlo a la cancha.

Y yo:

-No, que sea nena, para que sea feminista…

Pensábamos así, sin conocimiento real de la situación de esas niñas, niños y adolescentes que están esperando ser adoptades.

Al poco tiempo, después de hacer los talleres correspondientes, nos aprobaron nuestra carpeta: ¡ya estábamos habilitados para adoptar! Empezamos a soñar diferente…

A partir de ahí pasó menos de un año hasta que, a través del INADI, la directora del Hogar me convocó a dar un taller sobre diversidad sexual para todo el personal que trabaja en esa institución. Allí conocí a todas las chicas que estaban, ahí fue que conocí a Gilda...

Ese día la directora me contó a grandes rasgos la tremenda situación de violencia y abuso que ella había sufrido. Me quedé impactada, su historia me interpeló. Y le pregunté a la directora:

-¿Qué va a pasar con ella?

-Cuando cumplen 18 años se tienen que ir del Hogar. Ella tiene 16.

-¿Y a dónde se va a ir?

-Pues creo que a la casa de donde salió, de donde la rescataron.

Me quedé helada. En ese hogar Gilda había sido abusada, violentada, había sufrido. Me parecía injusto que tuviese que volver. Y además, con dos criaturas que probablemente reprodujeran esa cadena de abusos y violencias.

Me cuestioné yo misma de qué me sirve tanta coordinación, tanta presidencia de asociaciones, tanta militancia si no podía hacer absolutamente nada con respecto a sacar de esa situación a una persona que lo necesita y merece.

Sentí, entonces, que podía– en la medida de lo posible- ayudar a reencauzar sus vidas en la autonomía, en la libertad, en los derechos que les corresponden.

Así que vine a mi casa y le planteé a mi compañero que me quería vincular con Gilda; sí, aún sabiendo que tenía 16, que no era la edad que habíamos propuesto en el expediente y que además tenía dos hijas.

Él me dijo que sí, que no había problema. Que si yo consideraba que debíamos hacerlo, que lo hiciéramos nomás.

Al día siguiente me presenté ante la directora, le conté que teníamos aprobada nuestra carpeta y que queríamos iniciar el vínculo con Gilda y sus hijas. Le sorprendió, porque no es común que se adopte una adolescente, menos con dos hijas. Así fue que nos empezamos a vincular.

Primero, me iba una vez por semana al lugar, hasta que empezó a venir a casa, al principio un día el fin de semana, después tres días: ¡Gilda y las chiquitas estaban muy contentas!

En el medio, arrancó la pandemia. La directora me llama y me dice:

-El Hogar va a cerrar, entonces queremos saber si pueden tener a las chicas. Serán unos dos meses.

Le dijimos, claro, que sí.

Finalmente, fueron 2 años.

Nos preguntaron también qué posibilidad había de que se sumara la hermana de Gilda, Felisa, que tiene 15 años y un retraso madurativo, a quien no le encontraban un hogar particular. Le dijimos que sí, que no había problema.

Hace poco, cuando volvió a abrir el Hogar, nos dijeron que podíamos volver a llevar a Felisa. Yo no contesté en ese momento. A la semana, nos preguntaron cuándo la íbamos a llevar. Ahí nos juntamos con José y Gilda para pensar y hablar.

Juntos, juntas, decidimos adoptar también a Felisa. Después de 2 años, nos parecía un despropósito hacerla volver al Hogar: sería un retroceso tremendo para ella y para nosotres también.

Llamé a la directora y se lo dije.

El expediente se inició entonces por las dos hermanas y las dos nenitas.

¿Cómo están hoy?

Creciendo mucho en cuanto a responsabilidades, autonomía, a entender su propio cuerpo, a realizar sus tareas… Hablamos mucho con ellas porque lo mejor que les podemos dejar es el acompañamiento para que puedan crecer contenidas, en todos los sentidos. Estamos muy pendientes de que vayan a la escuela: no sabían leer, escribir, no conocían el valor de la plata. Queremos ansiosamente que hagan el circuito educativo y acompañarlas a las distintas escuelas... Ese es el camino: que ellas aprenden y entiendan y vivan todo lo que implica tener derechos.

Hace 3 días me llamó un señor llorando, diciendo que había visto en la televisión la historia y habían quedado con su esposa muy conmovidos. Y que quería becar a mi hija mayor en una academia de la que él es director, para que estudie para ser paramédica. ¡El viernes ya arranca a estudiar!

Gestos como este demuestran que el proceso que estamos atravesando como familia no es solamente un logro nuestro: es un logro político y social muy importante. El acompañamiento social que estamos teniendo, ese amor que las rodea es lo más importante. Nuestro caso es una realidad que refleja los avances y concretamente la transformación cultural que se lleva adelante desde la ampliación de derechos, para que todes vivamos una vida que merezca ser vivida.

Lo mismo sucede con nuestras familias: los fines de semana nos ocupamos de llevarlas a compartir con todos, las abrazan, las quieren y las miman. También con nuestros vecinos, que vieron que pasamos de ser dos ¡a seis! Permanentemente nos están preguntando, les mandan mensajitos, les regalan ropas, cochecitos, un montón de cosas.

Por eso digo que no es solamente un logro mío, ni nuestro.

Es importante que la gente deje de vernos con estigma, como nos han visto tantos años. Creo que logramos romper con parte de la discriminación que hay: por un lado en relación a las personas trans y por otro lado con la adopción de adolescentes. Hay un montón de adolescentes que están esperando un hogar que los contenga.

Hace pocos años no había lugar para pensar esto, para soñar con esto y sin embargo gracias a la transformación enorme que seguimos realizando desde las organizaciones y hoy desde el Estado puedo ver y vivir en directo cómo esos sueños se vuelven realidad.

No solo los míos, sino los de Gilda, su hermana y sus dos hijas.

Los de mis hijas, los de mis nietas.

Luisa.

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