Manu Bombero
Manuel Pedregal trabaja desde hace 13 años en el Ministerio, es fotógrafo de la Secretaría de Derechos Humanos, pero fue en 2013 cuando descubrió su verdadera pasión: salvar vidas.
Con humor nos cuenta que empezó a dedicarse a esta tarea “cuando me di cuenta de que no me alcanzaba para comprarme un batimóvil”. Pero en realidad todo surgió cuando terminó el curso de buzo de rescate. Fue entonces que sintió que tenía la habilidad de manejar situaciones límites.
Primero, buscó actividades relacionadas con el buceo, pero todas las opciones incluían irse vivir a la costa, algo que no le convencía.
Un día, un amigo que ya era bombero le comentó la posibilidad de iniciar el curso de ingreso al cuerpo de voluntarios, y que “probablemente ese sea el camino que estás buscando”. Tenía razón.
No es fácil coordinar el trabajo con las tareas, pero cuando hay ganas siempre se puede. Se asignan diferentes días de la semana de guardia y algunos horarios fijos. Manuel tiene el viernes a la noche y los fines de semana rotativos. Aunque la realidad es que están conectados las 24hs.
Los accidentes en los que interviene un bombero son variados: incendios, accidentes de tránsito donde haya personas atrapadas, inundaciones, derrumbes, escapes de sustancias tóxicas, y como en las películas, algún gatito asustado en un árbol.
Los bomberos tienen varias tradiciones pero la más significativa en Fin de Año, cuando a la medianoche suenan las sirenas de los camiones para recibir un nuevo año. Es una tradición tan arraigada que los vecinos se acercan o salen a los balcones a esperar la sirena.
Como sabemos, el trabajo de Manuel es una tarea voluntaria, por lo cual los recursos económicos surgen del aporte mensual de los vecinos, pero también suele sumarse el apoyo de empresas privadas, los foros vecinales del municipio, además de algunos recursos que reciben por servicios pagos que se brindan desde el cuartel.
Diciembre suele ser la época del año en que hay más actividad. La ansiedad de las fiestas, la pirotecnia y el alcohol nunca se llevaron bien.
Manu recuerda una madrugada que después de la cena de Navidad, estaba festejando con amigos y lo llamaron porque se estaba incendiando una fábrica de zapatillas. Se despidió de sus invitados y se fue directo al cuartel.
Al llegar se encontró un panorama desolador: quedaba un solo autobomba de los 14 que suele albergar el cuerpo de bomberos. No terminó de estacionar su auto cuando vio a sus compañeros subiendo, casi en el aire, al único camión que quedaba.
Manu se quedó en el cuartel preparando el equipo de incendios, alistándose para sumarse en el trabajo con sus compañeros, pero el mismo camión que había despedido volvió. Sus compañeros no habían podido llegar a la fábrica de zapatillas. Se había desatado un incendio en una pequeña casa del barrio y dos personas habían perdido la vida.
Manuel nos cuenta que para él esta fue la historia más significativa como bombero voluntario: “Somos personas que estamos dispuestas a atravesar madera, concreto y acero para ayudar, aliviar o al menos acompañar a cualquiera que posiblemente esté sufriendo el peor día de su vida. Y sí, estamos completamente orgullosos de todos esos momentos, pero son a aquellas personas a las que no pudimos ayudar a las que nunca olvidamos.”