La abdicación de San Martín (fragmento)
Bartolomé Mitre
Pronunciado durante la celebración del 25 de mayo de 1877 y la ceremonia de repatriación de los restos del General San Martin en 1880.
¿Quién no conoce al gran capitán y al libertador americano?
Él combinó estratégica y tácticamente, en el más vasto teatro de operaciones del orbe, a través de llanuras, mares, valles y montañas, un grandioso plan de campaña continental; marcando cada evolución con un triunfo matemático, ganado de antemano con la cabeza descansando sobre su almohada militar, y cada triunfo, con la consolidación o creación de una nueva república.
Como hombre público, subió sin vértigo a la más alta cúspide de la grandeza, y descendió de ella con sencilla majestad, sin fatigar a los pueblos por él redimidos, con su ambición o su orgullo.
Esta gran figura de contornos tan amplios y correctos, es empero todavía un enigma histórico para descifrar.
¿Qué fue San Martín?
¿Qué principios le guiaron?
¿Cuáles fueron sus desquicios históricos?
¿Cuál el significado moral de sus acciones?
Estas preguntas, que los contemporáneos se hicieron en presencia del héroe en su grandeza, del hombre en el ostracismo, y de su cadáver mudo como su destino, son las mismas que se hacen aún los que contemplan las estatuas que su posteridad le ha erigido, cual si fueran otras tantas esfinges de bronce que guardaran el secreto de su vida.
San Martín, como lo hemos dicho ya, no fue un Mesías ni un profeta. Fue simplemente un hombre de acción deliberada, que obró como una fuerza activa en el orden de los hechos fatales, teniendo la visión clara de un objetivo real.
Su objetivo fue la independencia americana, y a él subordinó, pueblos, individuos, cosas, formas, ideas, intereses, pasiones, principios y moral política, subordinándose él mismo a su regla disciplinaria.
Tal es la síntesis de su genio concreto.
De aquí, el contraste entre su acción contemporánea y su carácter póstumo.
De aquí, esa especie de misterio que envuelve sus acciones y designios, aún en presencia de su obra y sus resultados.
La grandeza de los que alcanzan la inmortalidad no se mide tanto por la magnitud de su figura ni por la potencia de sus facultades, cuanto por la acción que su memoria ejerce sobre sobre la conciencia humana, haciéndola vibrar simpáticamente de generación en generación, en nombre de una pasión, de una idea o de un interés trascendental.
La acción de San Martín pertenece a ese género.
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Se ha dicho con verdad, que solo dos grandes figuras de los tiempos modernos bajaron tranquilas de la cima de la grandeza: -Washington y San Martín,- porque ellos no fueron ni poder, ni ambición, ni partidos, ni odios, ni gloria egoísta, sino una misión que debía concluir en un día irrevocable, en medio de la propia existencia.
Washington no abdicó. Al colgar su espada después del triunfo, y entregar el poder público en manos de un pueblo libre, afirmó la corona cívica, sobre sus sienes, siguió sin violencia el ancho camino que le estaba trazado, y alumbrado por astros propicios, se estinguió en el reposo con la angélica serenidad de los genios tutelares.
San Martín abdicó en medio de la lucha, antes de completar su obra, no por su voluntad como él lo dijo en su despedida y como se ha creído por mucho tiempo, sino forzado por la lógica de su destino y obedeciendo a las inspiraciones del bien; y en haberlo reconocido en tiempo bajo los auspicios de la raza serena, consiste la grandeza moral de su sacrificio. Buscó su camino en medio de la tempestad en que su alma se agitaba y lo encontró; y tuvo previsión, abnegación y fortaleza para seguirlo, y por eso el sacrificio no fue estéril.
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Bolívar era el genio de la ambición delirante, con el temple férreo de los varones fuertes, con el corazón lleno de pasiones sin freno, con la cabeza poblada de flotantes sueños políticos, sediento de gloria, de poder, de resplandor, de estrépito, que acaudillando heroicamente una gran causa, todo lo refería a su personalidad invasora y absorbente. Él mismo se ha retratado así, prorrumpiendo en uno de sus teatrales simulacros de renuncias del mando supremo-: Salvadme de mí mismo, porque la espada que libertó a Colombia, no es la balanza de Artréa.
San Martín era el vaso opaco de la Escritura que escondía la luz en el interior del alma; el héroe impersonal que tenía la ambición honrada del bien común, por todos los medios, por todos los caminos, y con todos los hombres de buena voluntad, según él mismo de ha definido en la intimidad con estas sencilla palabras: “Un americano, republicano por principios, que sacrifica sus mismas indignaciones por el bien de su suelo.”
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San Martín reconoció el temple de sus armas de combate y vio: -que el Perú flaqueaba, que su opinión pública estaba sublevada, que su ejército no tenía ya el acerado temple de Chacabuco y Maipo, y que no podría dominar estos elementos rebeldes sino haciéndose tirano-. Interrogó al porvenir, y previendo que en un término fatal su gran personalidad se chocaría con la de Bolívar, dando quizá un escándalo al mundo, y retardando de todos los modos el triunfo de la América con mayores sacrificios para ella, prefirió eliminarse como obstáculo- Sondeó su conciencia, comprendió que no era Macabeo el caudillo de su propia patria, y reconociéndose sin voluntad para ser tirano y sin poder moral y material para continuar la lucha con fuerzas suficientes, abdicó, y entregó a Bolívar la espada de Chacabuco y Maipo después que se convenció de que su ofrecimiento de servir bajo las órdenes del libertador de Colombia no sería aceptado.
Tal es el significado histórico y el sentido moral de la abdicación de San Martín. No fue un acto espontáneo, sino el resultado lógico de una madura reflexión. No tuvo su origen en un arranque generoso del corazón sino que fue una necesidad impuesta por el conocimiento profundo de los hombres y las cosas.
No fue propiamente una abdicación, fue más bien una cesión de una parte de sus destinos futuros, en honor de su causa, en manos más felices que las suyas, para asegurar el triunfo de la América, ahorrándole mayores sacrificios a costa de un sacrificio de ambición individual.
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