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Lucio

Raquel Podestá


"Lucio" de Raquel Podestá

Artista: Raquel Podestá (Argentina, Buenos Aires, 1953)
Título: Lucio
Origen: Gran Premio Adquisición Salón Nacional de Artes Visuales, 2013
Fecha de creación: 2013
Tipo de obra: Cerámica
Técnica | Materiales: Cerámica y esmalte
Medidas: 120 x 65 x 65 cm

Raquel Podestá se formó con grandes maestros como Kenneth Kemble y Emilio Renart. A lo largo de toda su carrera, su obra evidencia un compromiso con los saberes milenarios de la práctica textil y la cerámica. La identidad, la memoria familiar, la intimidad y los espacios urbanos son algunos de los tópicos evocados en objetos escultóricos de todo tipo. En el mundo de Podestá lo cotidiano se vuelve extraño sin llegar a ser peligroso, cada pieza evoca la estética de los cuentos de hadas mezclada con una atmósfera onírica: niños hechos con cerámica que parecieran estar suspendidos en un eterno juego, textiles que exhiben una desbordante obsesión por el detalle. Cada obra es producto de un arduo trabajo por dominar los materiales y luego dejar a la vista expresivas terminaciones que construyen una imagen cargada de simbolismo y poesía.

Las cerámicas de Podestá están muy influenciadas por el surrealismo y el dibujo. Para la artista, el acto de dibujar es un principio lúdico que luego deriva en la creación de piezas con terminaciones precisas y que evocan a ideales de belleza asociados a la magia y al cruce entre aquello que parece cercano y lejano a la vez. El brillo que despliegan algunas piezas remite a la seducción y atracción visual que producen las joyas. Cada obra suele incluir diferentes partes que resuenan de manera disonante entre sí, como si fueran un relato que sugiere sensaciones y emociones propias de una narración. Al mismo tiempo, la superficie como elemento de presentación y de relación con el espectador es muy importante: en la práctica artística de Podestá, es una primera puerta hacia la profundidad simbólica.

Lucio es la representación del nieto de la artista, cuando ésta lo bañaba. El niño se sumerge en un balde, entre elementos de la naturaleza y de la propia infancia. Se encuentra limitado en el espacio, y su figura remite a esas esculturas –entre espeluznantes y bellas– que se veían en los jardines ingleses de mitad del siglo XIX. El esmalte brilloso, el conjunto de objetos que parecen fundirse con el niño y su cara en estado de ensoñación convierten a esta pieza en un intrincado laberinto de significaciones y sugerencias: la potencia simbólica de la cerámica, su capacidad para narrar como si fuera literatura visual, estados de ánimos opuestos que conviven en una misma obra, y el dominio de la técnica que generan infinitas capas de sentido para interpelar al espectador.

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