Presidencia de la Nación

Bomberos voluntarios: la vocación de salvar vidas sin hacer preguntas

Suena una alarma o un timbre.
De diferentes lugares del cuartel comienzan a salir los bomberos.
Se juntan donde están sus trajes. Cada cual tiene el suyo y no puede usar el de un compañero.
Hay un incendio declarado y no hay que perder tiempo.


Muchas veces, en la desesperación, los vecinos llaman y dicen: “Se está quemando mi casa”, sin dar mayores precisiones, inclusive sin especificar la dirección.

Entonces los bomberos deben acudir, sin saber la mayoría de las veces a qué se van a enfrentar: una planchita de pelo que quedó enchufada, una olla que alguien olvidó sobre la hornalla encendida, un cortocircuito o algo más dantesco aún.

El cuartel de Bomberos Voluntarios de San Telmo – Puerto Madero – a cargo del Comandante Mayor Sebastián Gandolfo como Jefe de Cuerpo y el Comandante Cristian Saadi como 2do Jefe - sabe de estas cosas.

Son casi 50 personas las que conforman el plantel, entre hombres y mujeres, que cada día dedican tiempo para ayudar a los vecinos.

Nadie se los pidió, nadie los obliga, ellos lo eligen desde lo más profundo de su ser. Ante todo, son bomberos. Más allá de cualquier otra cosa. Las 24 horas de cada uno de sus días. Lo hacen porque así lo sienten. Muchos, porque es lo que vieron y vivieron desde chicos. Como Cristian Saadi, que convive en este trabajo solidario con cinco generaciones de su familia: además de él, están su padre, su hermano, su tío y su hijo.

El jefe, sin embargo, decidió ser bombero porque su padre lo era, y en lugar de ir a la plaza o juntarse con amigos en el bar, pasaba mucho tiempo en el cuartel, con los hijos de otros voluntarios.

Pero más allá de ser lo que son porque tal vez así estaba escrito, ellos siguen eligiendo esta vocación cada día.

¿El motivo? Es algo que se siente muy adentro, dicen. “Después del amor que siento por mis hijos, viene el amor que siento por este cuartel. Ser bombero me llena, me hace sentir pleno”, dice Sebastián, en una charla que por suerte no interrumpe ninguna alarma.

Aunque todo tiene un precio. Muchos de ellos dejaron relegada su vida personal. Y reconocen que las esposas y novias son las que más terminan sufriendo.

Al principio, “escoba nueva barre bien”, aseguran. Pero con el tiempo, la incertidumbre de saber si su pareja volverá, es cada vez peor. Tampoco saben con certeza si podrán compartir un cumpleaños o una noche de Navidad: cuando el deber llama, todo lo demás queda en suspensión animada. Un incendio tiene un comienzo determinado, pero es imprevisible. Un simple foco puede convertirse en una tragedia si el viento no ayuda, por ejemplo. Entonces, el bombero no estará a las 21 horas en su casa para cenar con sus suegros.

Alicia Vázquez, presidenta de la comisión directiva, afirma emocionada: “Ellos no lo van a decir, pero yo te puedo asegurar que son seres muy especiales. Todos los días dan su vida por otros, sin preguntar edad, nacionalidad, religión, pensamiento político. No discriminan. Y enfrentan al fuego con una sola misión: rescatar a quien está del otro lado. Su entrega es completa y desinteresada, es admirable”.

Sin embargo, a veces no pueden lograr su cometido. Y son los jefes los que tienen que decidir. En cuestión de segundos, deben analizar la situación y enfrentar la realidad. Como cuando se prendió fuego un conventillo en La Boca, y escuchando que dos nenes de 4 y 6 años estaban adentro, tuvieron que irse sin poder salvarlos. El fuego no los dejaba pasar. Los nenes murieron. Pero lo más probable era que, si entraban, también lo hicieran los bomberos.

De regreso al cuartel, hablan. Y hablan. Hablan. Hablan. Descargan la frustración, la impotencia, la bronca. Y también lloran.

A ellos los vemos como súper héroes, creemos que todo lo pueden y que nada les va a pasar, sin embargo, son simples seres humanos que sufren y saben que no pueden cambiar lo ocurrido.

Un episodio muy doloroso fue el incendio que se produjo el 5 de febrero de 2014 en el edificio de depósito de archivos bancarios de la empresa Iron Mountain, ubicado en Azara al 1245 del barrio de Barracas.

Murieron nueve personas, entre bomberos y rescatistas, mientras que otras siete resultaron gravemente heridas.

Fue un antes y un después para todos.

Después de este hecho, Sebastián –como actual jefe del cuartel- decidió que ya no entrarían todos juntos a ver con qué se encontraban: a partir de ese fatídico día, entraría sólo él. A lo sumo, su segundo. Pero nadie más: "Yo moriría por mis muchachos. Estoy muy orgulloso de ellos", dice.

Lo que sucede en las series de televisión no se aleja tanto de la realidad y podemos comprobarlo con sólo acercarnos a un cuartel.

Si nos quedamos un rato frente a Balcarce 1249 podremos ser testigos del vértigo, la entrega, la valentía. De los cuatro autobombas con que cuentan, esperando… Basta con estar ahí y ver cómo se preparan estos bomberos para salir una, dos, cinco, hasta quince veces en un solo día, como ya ha ocurrido.

Es para destacar que la mayoría de los llamados que reciben no son para apagar incendios. También acuden a ayudar en accidentes automovilísticos, para salvar mascotas que se quedaron atrapadas o subieron muy alto y no saben cómo bajar, para abrir algún ascensor que quedó detenido entre pisos o para ayudar a quienes viven cerca del río cuando crece el agua y entra en las casas.

Por momentos serios, por momentos conmovidos y en otros reflexivos, ponen en palabras lo que viven cada día.

Con ayuda de Alicia pueden dar forma a 25 años de historia compartida.

En este cuartel no falta nada: cada año reciben un subsidio del Ministerio de Seguridad, que se destina a comprar insumos y material.

Pero también tienen el apoyo de los vecinos: hay quienes, como socios protectores, aportan dinero, el que pueden y cuando pueden. Con lo que se recauda se compra el combustible y la comida para las guardias de los fines de semana.

Y también hay quienes aportan víveres, como la señora que vive en el asilo de Pami que está al lado. Todas las semanas les lleva 1 kilo de yerba y 1 kilo de azúcar; es su manera de colaborar

Una hermandad

Ninguno es más importante que otro en el cuartel de San Telmo, que tiene dentro de su jurisdicción zonas tan opuestas como Puerto Madero y el barrio 31, además de laboratorios, conventillos, reparticiones estatales, rutas químicas, escuelas, casas tomadas, entre otras cosas que son muy distintas pero pueden ser igual de peligrosas.

Tanto dentro como fuera del cuartel, cada uno es imprescindible. Uno depende del otro en todo.

Todas las tareas son importantes y si falla uno repercute en el resto.

Así, se forma un vínculo de hermandad.

Todo a voluntad, todo a pulmón. Ninguno tiene problema en desarmar el motor de un camión o agarrar un trapo y una escoba para limpiar un baño.

“Acá nosotros pintamos, ponemos cerámicas, cambiamos una lamparita, como en nuestra casa, porque esta también es nuestra casa”, dice orgulloso el 2do. jefe.

Y como en cualquier casa, los bomberos pagan los gastos, desde las facturas de servicio hasta los elementos de limpieza: “A veces falta plata para pagar y ponemos los directivos de nuestros bolsillos” cuenta Alicia, entre firme y emocionada.

Parte del dinero que utilizan surge del trabajo que realizan en la Reserva Ecológica, para evitar incendios provocados por el descuido de la gente y por el que perciben un ingreso adicional fijo, así como cuando participan en eventos masivos.

El cambio

La política ocupa un papel importante en el desarrollo de este cuartel, así como del resto.

Alicia, presidenta de la Comisión Directiva, enérgica, fuerte, valiente, resalta que desde que Patricia Bullrich está frente al Ministerio de Seguridad hay cuestiones que se modificaron positivamente: “Se nota que quieren tener un ordenamiento, dentro del cual estamos los Bomberos Voluntarios. Y además nos abren las puertas: podemos sentarnos a conversar con las máximas autoridades, escuchan nuestras necesidades y tratan de resolverlas”.

Es que esta es una de las premisas que expresó esta cartera desde un comienzo: el trabajo en conjunto. Pensando en la seguridad de todos los habitantes de este país.

Y esa también es la misión de estos bomberos voluntarios, que –aun sabiendo que un día puede ser que no regresen- sonríen al tener éxito cada vez que suena el timbre o la alarma y se encuentran en el salón donde están colgados sus uniformes. Siempre listos para ayudar a los vecinos. Siempre listos para salvar vidas.

Bomberos boluntarios

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