Presidencia de la Nación

Almirante Guillermo Brown: prócer de todos los argentinos

El Gran Almirante, padre de la Armada Argentina, luchó por nuestra Patria desde la época de la Independencia.


Guillermo Brown, figura ejemplar de nuestra historia naval, nacido en Foxford, Irlanda, el 22 de junio de 1777, vivió en esa tierra hasta los 9 años cuando su padre decidió emigrar hacia Filadelfia, Estados Unidos.

Fue allí donde, ya huérfano, despertó a muy temprana edad su pasión por el mar, embarcándose a las órdenes de un capitán norteamericano.

Llegado en 1809 al estuario rioplatense se radicó en Montevideo, dedicándose al comercio a través de un servicio de transporte entre Buenos Aires y la Colonia, derrota que cumplía en un buque que había adquirido en sociedad: la fragata “Industria”. Fue justamente el apresamiento de esta fragata por parte de un buque español y las medidas que adoptó después, los que pintaron desde un inicio la determinación y el espíritu indoblegable que caracterizaron su personalidad.

Cuando el 1º de marzo de 1814 el Director Supremo Gervasio Antonio Posadas firmó el decreto por el que se lo designaba Teniente Coronel y Jefe de Escuadra, Brown contaba con 37 años y llevaba navegando 25.

Llegaba así a desempeñar este alto cargo con un profundo conocimiento de la organización y régimen interno de los buques de las Marinas de la época y una gran experiencia y acabado conocimiento del Río de la Plata y aguas circundantes.

Este nombramiento marcó el inicio del glorioso destino de nuestra Marina de Guerra y de quien sería, a partir de ese momento y para siempre, su Almirante inmortal.

La toma de Martín García significó su bautismo de fuego. Siguieron a Martín García, duros y cruentos combates como El Buceo, Arroyo de la China y Montevideo, que sirvieron para acabar con el dominio hispano en aguas del extremo sur del continente.

Requerido nuevamente en 1825, dio más muestras de su ingenio y de su brillante capacidad de organización, formando casi de la nada una nueva escuadra para enfrentar al Imperio del Brasil.

Es así como durante más de tres años defendió nuestras fronteras con inquebrantable vocación de servicio, férreo tesón y valor, en numerosas batallas, tales como Los Pozos, Sarandí, Quilmes, Juncal y Monte Santiago.

Sin embargo, no fue ésta la última vez en que el gran Almirante se puso, desinteresadamente, a las órdenes de las causas patrias. Entre 1841 y 1845 fueron solicitados, una vez más, sus servicios, interviniendo en acciones navales destinadas a frenar la intromisión de potencias extranjeras en nuestras aguas.

Grandeza ética y moral

A esta reseña de su actividad al servicio de nuestro país, que ya de por sí demuestra la obra de un hombre que sobresalió sobre sus contemporáneos, hay que agregarle, para ser justos a su memoria, el hecho de haberla realizado en una época muy difícil de nuestra nacionalidad.

Las carencias y el cúmulo de dificultades que debió afrontar para cumplir con sus obligaciones, hubiesen doblegado o desalentado a más de uno.

Se luchaba por la libertad de nuestra incipiente Patria, con divisiones internas, asediada por un enemigo poderoso, con graves carencias de medios materiales e incluso de hombres que estuviesen preparados para combatir en el mar. Asimismo, Brown luchaba contra la incomprensión de todos aquellos que no valoraban la importancia del mar, no sólo como escenario de lucha, sino también como factor determinante del futuro.

Se sobrepuso a todas estas adversidades y con decisión, coraje y voluntad no solo organizó y preparó nuestros buques sino que enfrentó con éxito a enemigos superiores en medios y número.

Así como nunca desoyó el llamado de la Patria, cuando ésta lo necesitó, nunca aceptó intervenir en las luchas internas de la Nación, siendo su palabra tan respetada en la paz como su arrojo y valentía en la guerra.

Su impronta ha quedado grabada a fuego en la Armada, signando con su ejemplo el estilo y los valores esenciales que desde entonces marcaron el rumbo de todas las generaciones de marinos hasta nuestros días.

Su obra sigue siendo un ejemplo, obra lograda por un hombre de carne y hueso, pero que poseía una firme determinación, una voluntad inquebrantable y una grandeza ética y moral, puestas sin reservas al servicio de la República.

“Irse a pique antes que rendir el pabellón” fue la orden de Brown en la mañana de Quilmes, en la que sólo la “25 de Mayo” al mando de Espora, con el Almirante a bordo, protegida apenas por el único cañón giratorio de Rosales en la goleta “Río de la Plata”, enfrentaron una flota imperial de veintiún naves. La “25 de Mayo”, desarbolada, era un pontón al terminar el día; pero había cumplido su misión y los realistas del Brasil no avanzaron más allá, por respeto al bravo valor de los marinos argentinos.

El 3 de marzo de 1857 falleció al mediodía el Almirante Brown, pero su impronta sigue viva en la Armada que fundó. Puede descansar en paz y seguro de que, mientras haya hombres y mujeres capaces de enfrentarse con la muerte en defensa de la Patria, de sus instituciones y de su territorio, dando todo de sí, hasta la vida, para cumplir la severa orden de irse a pique sin arriar el pabellón, la integridad nacional estará asegurada.

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