Presidencia de la Nación

27 de junio: Día del Biólogo

Una fecha para celebrar el trabajo de los profesionales comprometidos con la conservación de la naturaleza.


Un día como hoy, pero de 1812, por iniciativa de Bernardino Rivadavia el Triunvirato llevó a cabo el primer acto oficial vinculado a esta profesión en la Argentina al crear el Museo de Historia Natural. Desde entonces, cada 27 de junio se celebra el día que resalta el aporte de estos profesionales en la conservación de la naturaleza del país.

En Parques Nacionales, el trabajo que lleva adelante el equipo de biólogos permite abordar la conservación y el desarrollo sostenible de las áreas protegidas, su flora y su fauna. Con esos objetivos trabajan, junto a muchos otros colegas, el biólogo Guillermo Gil, coordinador del Centro de Investigaciones Subtropicales (CIES) de la Dirección Regional NEA, y la bióloga Lorena Pérez Carusi de la Coordinación Regional Centro Este.

“Desde pequeña tuve un gran interés por la naturaleza y me preocupaba la contaminación del ambiente y la conservación de las especies. Cuando tuve la oportunidad de elegir una carrera universitaria no dudé en elegir la Licenciatura en Ciencias Biológicas”, cuenta la profesional que en Parques Nacionales trabaja en proyectos vinculados con el Parque Nacional Campos del Tuyú y la Reserva Natural Otamendi, en la provincia de Buenos Aires.

Guillermo Gil, biólogo de Parques Nacionales. Foto: Marcelo Cavicchia

Guillermo Gil, biólogo de Parques Nacionales. Foto: Marcelo Cavicchia

Para Guillermo: “La pasión por observar y estudiar la vida silvestre se trae de nacimiento o se despierta en la infancia. Porque no sólo se trabaja de biólogo, se es biólogo. Esta ocupación es un estilo de vida. Se trata de preguntarse cómo funciona la vida y cada uno lo hace en su escala de especialización”. La suya está vinculada con las manifestaciones de la vida en la selva paranaense. “Participo de los Censos Neotropicales de Aves Acuáticas, el monitoreo de animales atropellados en rutas, el estudio de la abundancia de mamíferos y su relación con características del ambiente y de las actividades humanas, el registro de especies de vertebrados de valor especial, entre otras actividades que realizamos con asiento en el Parque Nacional Iguazú”, dice.

Lorena es bióloga hace doce años y se desempeña en el equipo de Parques desde hace un año y medio con eje en la especie emblemática del pastizal pampeano, el venado de las pampas, para lo que implementa monitoreos para analizar la tendencia poblacional de la especie. Al mismo tiempo, trabaja en el control de mamíferos exóticos que amenazan al venado. También de especies exóticas, pero vegetales, se ocupa en Otamendi, donde diseña planes para restablecer la estructura y funcionamiento del pastizal pampeano y del talar con miras, además, a la creación del Parque Nacional Ciervo de los Pantanos.

Lorena Pérez Carusi, bióloga de Parques Nacionales.

Lorena Pérez Carusi, bióloga de Parques Nacionales.

Ambos profesionales reparten sus horas de trabajo entre libros, muestras, laboratorios y campo. Así, en el contacto directo del día a día en la naturaleza cuentan también con no pocas anécdotas increíbles, como la de una tarde casi noche del 2008 en el corazón de la selva que Guillermo recuerda muy especialmente: “Recorría solo un arroyo interno de Iguazú contando huellas para determinar abundancias de mamíferos y al terminar más tarde de lo planeado me alcanzaron las últimas luces del día en una propiedad vecina al Parque. En la búsqueda de un camino rural que me llevara de regreso me encontré atravesando un pastizal en el que me llamó la atención el movimiento de unos pastos altos entre los que en un momento comencé a ver un lomo naranja amarillento con manchas negras que resultó ser un hermoso yaguareté. Recuerdo que ambos cruzamos miradas, yo atónito y paralizado creo que perdí la noción del tiempo, pero también recuerdo que en un momento la admiración por el animal comenzó a dar lugar a la desconfianza. Entonces vinieron a mi mente las recomendaciones para encuentros con pumas y yaguaretés y empecé a caminar despacio para atrás, sin dejar de mirarlo y agitando los brazos sobre mi cabeza, hasta que lo perdí de vista. ¡Pero ‘el tipo’ ni se inmutó! Fue mi primer encuentro con un yaguareté, luego tuve la oportunidad de vivenciar otros, por suerte ya no sólo ni a pie sino en compañía y en vehículo, pero ese momento, de hace diez años atrás, fue una medalla que me dio la suerte, una satisfacción indescriptible regalada por la naturaleza que, así mismo, muestra que es poderosa”.

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