Desarrollar sectores estratégicos requiere políticas públicas activas
por Mercedes Marcó del Pont*
La crisis climática y ecológica global es el motor de una revolución tecnológica y productiva que se ha denominado transición energética. De cara al calentamiento global muchos países asumieron ambiciosos compromisos de descarbonización, que se vieron acelerados a partir de la crisis energética y las tensiones en las cadenas de suministros provocadas por la pandemia y la guerra en Ucrania. Frente a este escenario las principales economías industriales del mundo están impulsando políticas públicas en torno a nuevas energías para alcanzar un objetivo triple: cumplir con las metas de reducción de gases de efecto invernadero, garantizar la seguridad energética e impulsar el desarrollo tecnológico y productivo en torno a las industrias de la transición.
Sin embargo, en muchos países las necesidades de energías limpias superan a sus posibilidades de generación, por la calidad de los recursos renovables y por la extensión de sus territorios. El hidrógeno de bajas emisiones representa una oportunidad peculiar para la descarbonización, porque va a permitir que la potencia de viento y del sol de lugares como la Patagonia y del norte argentino contribuyan a abatir las emisiones de diferentes puntos del planeta.
Las excelentes condiciones para la producción de hidrógeno de bajas emisiones que se presentan en Argentina, principalmente por la calidad del recursos eólico, solar, gasífero y de biomasa, convierten a nuestro país en un destino atractivo para las inversiones. No menos importante es la oportunidad que se abre para el hidrógeno rosa, sacando ventaja de la tradición nuclear argentina y en especial el proyecto CAREM, un reactor pequeño modular que puede ser aplicado a la producción de hidrógeno. La riqueza y diversidad de nuestros recursos nos permiten diseñar una estrategia multicolor.
La economía del hidrógeno es, sin embargo, mucho más que el desarrollo de los recursos naturales. El hidrógeno es un producto industrial y un vector energético. Y, por lo tanto, las capacidades y conocimientos argentinos son un elemento clave de las ventajas competitivas para una inserción exitosa en este nuevo mercado. De la mano de las competencias en química, petroquímica, metalmecánica, geología, metalurgia y siderurgia, es posible prever que la nueva economía del hidrógeno será una oportunidad para inversiones abocadas a la exportación y también para la construcción de un denso entramado industrial que permitirá crear empleo de calidad y contribuir a que nuestra industria transite el camino hacia la descarbonización ganando competitividad en los mercados globales.
Con el despliegue de esta economía surgirán nuevos polos industriales orientados a la producción de hidrógeno y sus derivados, como el amoníaco, el metanol y hasta el acero verde. También emergerán nuevos sectores como el de los equipamientos críticos de esta cadena de valor: los electrolizadores, y los bienes de capital vinculados a la generación de energías renovables.
Para alcanzar esos resultados se requieren políticas públicas. El escenario global de transición energética nos abre una inmensa oportunidad, pero es necesario torcer el curso natural que limita la participación de los países con abundancia y calidad de recursos al rol de meros exportadores de materias primas. Debemos saber aprovechar las capacidades industriales y tecnológicas del país, que son nuestro diferencial competitivo.
Este es el horizonte que persigue la Estrategia Nacional para el Desarrollo de la Economía del Hidrógeno, que reconoce las oportunidades de Argentina para contribuir a la transición energética global y para apalancar su desarrollo industrial, tecnológico y territorial.
Septiembre de 2023
*Secretaria de Asuntos Estratégicos de la Presidencia de la Nación.