Presidencia de la Nación

Oscar Alemán, referente del swing en castellano

La Secretaría de Cultura recuerda al maestro autodidacta e innovador del jazz, a 45 años de su muerte.

El 14 de octubre de 1980, a los 71 años, murió en Buenos Aires Oscar Marcelo Alemán, un músico cuya trayectoria marcó una bisagra en la historia del jazz argentino y latinoamericano. Nacido en Machagai, Chaco, el 20 de febrero de 1909, Alemán emergió de una infancia atravesada por la pobreza, el desarraigo y la orfandad para convertirse en uno de los guitarristas más admirados del siglo XX. Su vida, además de ser una historia artística excepcional, es también una historia de resiliencia que se volvió parte de su mito cultural.

Sobre sus inicios, el propio Alemán recordaba con ironía: “Yo no elegí la música, fue la música la que me agarró a mí”. A los seis años ya actuaba con su familia en circos itinerantes en el norte argentino y Brasil. La muerte de su madre y el suicidio de su padre lo dejaron en situación de calle en Santos, donde sobrevivió tocando cavaquinho y guitarra en bares y fiestas populares. Esa etapa lo formó en la improvisación y en una noción musical intuitiva que lo acompañaría toda su vida.

En la década de 1920 fue contratado por conjuntos de música popular en Río de Janeiro y más tarde viajó a Buenos Aires, donde integró la Jazz Select Orchestra y luego formó Les Loups junto a Gastón Bueno Lobo. Fue en esa época cuando comenzó a destacarse por su dominio rítmico y su capacidad para fusionar influencias africanas, criollas y estadounidenses. El periodista y musicólogo Carlos Inzillo lo definió como “el primer músico argentino que entendió al jazz como un lenguaje propio y no como una copia”.

Su salto internacional llegó a fines de los años veinte y comienzos de los treinta, cuando se radicó en Europa. En París fue contratado por la famosa compañía de variedades de Josephine Baker, que lo convirtió en su guitarrista principal y figura destacada del espectáculo J’ai deux amours. Baker, estrella indiscutida de la escena francesa, lo presentaba con estas palabras: “Aquí está mi diamante negro, el hombre que hace hablar a la guitarra como si respirara”. Durante esa etapa, Alemán tocó con grandes figuras del jazz europeo y entabló una famosa “competencia amistosa” con Django Reinhardt. Cuando le preguntaron si era cierto que rivalizaban en estilo y virtuosismo, Alemán respondió con humor: “Django era una locomotora. Yo era más bien un tranvía… pero llegábamos igual”.

La Segunda Guerra Mundial interrumpió su ascenso internacional y lo obligó a regresar a la Argentina en 1941. Aunque muchas veces se ha dicho que su carrera decayó al volver, lo cierto es que inauguró una etapa creativa muy prolífica. Lideró su propia orquesta de jazz, grabó para sellos como Odeon y realizó presentaciones en radio, cine y televisión. Entre sus grabaciones más recordadas se encuentran sus versiones de Honeysuckle Rose, St. Louis Blues, Jeepers Creepers, Besame mucho, y piezas propias como Improvisación en guitarra. También participó en películas nacionales como ¡Así es el tango! y Candombe.

Su estilo era inconfundible: swing sincopado, uso rítmico del silencio, técnica impecable del plectro y un fraseo que incorporaba melodías del folclore argentino y del candombe afro-rioplatense. El guitarrista norteamericano Barney Kessel lo definió en una entrevista como “uno de los pocos guitarristas que podían tocar jazz con identidad propia fuera de los Estados Unidos”. La crítica argentina, aunque a veces ambivalente, lo ubicaba en la misma línea que las vanguardias europeas. Un artículo de la revista Radiolandia de 1944 lo presenta como “el único argentino capaz de tocar swing en serio sin renunciar a su alma criolla”.

Con el paso de los años su figura fue desplazada de los espacios masivos, pero no dejó de tocar. Reapareció con fuerza en los años sesenta y setenta, cuando las nuevas generaciones de músicos comenzaron a reconocerlo como maestro. Una de sus frases más repetidas durante esa etapa fue “El jazz no se aprende: se vive. Y después, si uno tiene suerte, lo toca”.

Alemán fue también pionero como artista afrodescendiente en un país que muchas veces ocultó o silenció esas raíces. Él mismo se definía como “moreno chaqueño” y se sabía embajador de una tradición invisibilizada: “Mis abuelos vinieron encadenados. Yo rompí las cadenas con la guitarra”, dijo en una entrevista publicada en 1974.

Murió el 14 de octubre de 1980 en Buenos Aires.

Hoy su figura es estudiada en conservatorios y aparece en documentales, reediciones discográficas y homenajes públicos. Su forma de tocar, sin partituras y con absoluta libertad, sigue siendo una referencia. Como él mismo solía decir: “Mi patria es la guitarra y mi bandera, el swing”. A 45 años de su muerte, Oscar Alemán continúa siendo un símbolo de creatividad, diversidad cultural y resistencia artística frente a la adversidad. Su legado no solo ilumina la historia del jazz argentino sino que revela una de las formas más singulares en que la música nacional dialogó con el mundo.

Scroll hacia arriba