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200 años de Fiódor Dostoievski

“El verdadero profeta del siglo XIX no fue Karl Marx, sino Dostoievski”, dijo una vez Albert Camus. Hoy, a 200 años de su nacimiento, homenajeamos la obra e influencia del escritor ruso que, aún hoy, contribuye a seguir repensando los rincones más luminosos y oscuros de la existencia humana. Además, en el Centro Cultural Kirchner, la soprano argentina María Belén Rivarola y la pianista rusa Irina Dichkovskaia celebrarán su natalicio, con un recital que reúne canciones y piezas para piano de Piotr Ilich Chaikovski y Sergei Rachmaninoff.


Jorge Luis Borges, cuando prologó Los demonios (1872), una de las novelas más importantes del escritor Fiódor Dostoievski, expresó: “Como el descubrimiento del amor, como el descubrimiento del mar, el descubrimiento de Dostoievski marca una fecha memorable de nuestra vida”. Y es que el autor ruso, junto con Aleksandr Pushkin, Lev Tolstói, Iván Turguénev y Antón Chéjov, marcó un antes y un después no solo en la historia de la literatura rusa, sino también de la universal.

Obras como Crimen y Castigo (1866), El jugador (1866), El idiota (1868/1869), Los hermanos Karamázov (1879/1880), y tantas otras, exploraron y echaron luz (para mostrar también las sombras) acerca de la condición y conciencia humanas. Y lo hizo de una manera íntima y personal, en la que combinó —en sus narraciones literarias— perspectivas filosóficas, psicológicas, éticas y religiosas. Sus libros provocaron una suerte de dostoievskimanía, que lo posicionó como uno de los representantes del siglo de oro literario de toda Rusia.

Los primeros años

Hijo de un médico terrateniente muy estricto y una madre sobreprotectora, fue el segundo de siete hermanos, cuyos primeros años transcurrieron en Moscú, donde nació el 11 de noviembre de 1821. El maltrato y hostigamiento que el padre ejercía sobre sus empleados campesinos despertaron en el joven Fiódor una conciencia sobre las diferencias de clase. Luego de la prematura muerte de su madre, el viudo cayó en una profunda depresión y se abandonó al alcoholismo. Pero envió a su hijo a la Escuela de Ingenieros de San Petersburgo, en 1838. Sin embargo, Fiódor sabía que su pasión era la literatura y el mundo de las ideas. Durante su internado, llegó la noticia de que su padre había fallecido; según se comentó, a causa de una revuelta con sus propios empleados.

En 1843, con título de ingeniero en mano, decidió permanecer en San Petersburgo, pero para desarrollar su verdadera vocación literaria. Comenzó como traductor de la obra Eugenia Grandet, de Honoré de Balzac. La experiencia lo animó a dar el siguiente paso: la redacción de su propia y primera novela, Pobres gentes (1846). Con esta pieza epistolar, y con 24 años de edad, logró el reconocimiento de lectores y críticos. Sin embargo, sus libros posteriores —El doble (1846), Noches blancas (1848) y Niétochka Nezvánova (1849)— no obtuvieron el mismo éxito. Durante estos años, aparecieron sus primeros síntomas y ataques de epilepsia que lo acompañaron el resto de su vida.

Durante esa época, comenzó a frecuentar el llamado Círculo Petrashevski, conformado por un grupo de intelectuales liberales, que se oponían a los tiránicos gobiernos zaristas. Esto le valió el arresto por conspirar contra el zar Nicolás I. Cuando creyó que sería ejecutado, se le informó que su pena estaba resuelta a cuatro años de trabajo forzado en Siberia, experiencia que registró en la novela Recuerdos de la casa de los muertos (1862). Con esta publicación, Dostoievski volvió a brillar y a recuperar su celebridad literaria.


Escultura de Dostoievski, en la entrada de la Biblioteca Estatal Rusa (Moscú).

La revelación en Siberia

La sensación de haber estado tan cerca de la muerte, y la convivencia con ladrones y asesinos durante esos cuatro años de prisión hicieron que el autor repensara y se replanteara muchas de sus convicciones. En una carta a uno de sus hermanos expresó: “No puedo creer todo el tiempo que perdí. A partir de ahora cambiaré mi vida, naceré bajo una nueva forma. Volveré a nacer y mejoraré”. Siberia, para Dostoievski, fue un auténtico despertar y aprovechó ese momento para acercarse mucho más a los recovecos de la condición humana que tanto le obsesionaban.

En 1854 había sido liberado, pero lo obligaron a permanecer seis años más para servir al ejército ruso. Allí conoció a su primera mujer, María, con quien se unió en matrimonio y regresó a la ciudad de San Petersburgo. Sin embargo, sin dinero y con una muy mala salud, viajó por Europa en busca de mejores oportunidades. En París conoció a otra mujer, Polina, con quien comenzó un turbulento romance y, para agasajarla, se le ocurrió hacer dinero fácil con el juego. Con el tiempo, esta actividad se convirtió en una ludopatía que ya nunca pudo superar. Continuó viajando un poco más, gastando las últimas monedas y ganando solo deudas en sus apuestas. Sin nada, volvió a Rusia, mientras María padecía la etapa final de la tuberculosis que contrajo en Siberia. En ese tiempo, Dostoievski escribió Memorias del subsuelo (1864) y, poco tiempo después, enviudó. En esa novela, abandonó los ideales abstractos de los héroes que componían otros escritores, para pasar a escribir las oscuridades del alma humana que vivía día a día, y lo difícil y cruel que puede ser el mundo moderno que le tocó vivir. Recibió una tibia repercusión y todo tipo de críticas.

Mientras tanto, el cambio interior de Dostoievski fue más allá: se aferró al cristianismo y comenzó a alejarse de las ideas socialistas que años antes había defendido. Su crítica puede leerse en muchos de sus textos, como la novela prologada por Borges, Los demonios, y Diario de un escritor: un conjunto de notas que escribió hasta sus últimos días, en el que expresó muchas de sus opiniones políticas y culturales. El autor fundamentó este cambio, entendiendo que Rusia era esencialmente cristiana-ortodoxa, campesina y con una burguesía muy poco desarrollada. Por eso, el liberalismo, el anarquismo y el socialismo —herencias de Occidente— no se aplicarían bien en su tierra. Creyendo es una salvación espiritual, continuó escribiendo para reflexionar sobre el futuro de la humanidad y las injusticias sociales: las dos cuestiones que más le preocupaban. Y así, llegaron nuevos cuentos, ensayos y las novelas que lo consagraron definitivamente como uno de los grandes escritores de su siglo, entre ellas: Crimen y castigo (1866), El jugador (1867); El idiota (1868); Los hermanos Karamázov (1880).


Detalle de uno de los retratos más famosos de Fiódor Dostoyevski (1872), por Vasili Perov (Galería Tretiakov, Moscú).

Sus obras maestras

Con estos libros, Dostoievski exploró sus ideas filosóficas, psicológicas y religiosas que, muchas veces, partían de los diarios que leía. Y es que distintos argumentos que trabajó para escribir sus novelas, por ejemplo, eran temas actuales que circulaban en los periódicos rusos. Tomaba ideas de allí y, luego, con su maestría y talento, conjugaba esos hechos de actualidad con lo más trascendente y eterno de su pensamiento espiritual.

En su famosa novela, Crimen y castigo, la culpa, la moral, el delirio, la justicia, el perdón y el mal son los grandes temas que recorren la historia de Raskólnikov, su personaje protagonista, convirtiéndolo en un fenómeno universal. “Crimen y castigo, como novela, es más inteligente que Dostoievski. Porque se trata de ese tipo de libros que a través de la historia, se ha leído de diversos modos, como sucede siempre con los grandes libros. Y este admite muchos matices. Algunos la leyeron como una crítica a los jóvenes anarquistas que tenían una rebeldía la cual, para el autor, era estéril. Entonces, creó el personaje de Raskolnikov para mofarse de este tipo de anarquistas”, dijo una vez el escritor mexicano, Juan Villoro. Y agregó: “En ruso, ‘raskol’ significa ‘rebelde’. De modo que Raskolnikov vendría a ser algo así como ‘el rebeldón’. Ya en su nombre tiene una burla. Para Dostoievski, es un hombre sin ética: alguien que considera que, como Dios no existe, todo está permitido”.

Sin embargo, y con respecto a los diferentes modos de leer, los franceses existencialistas del siglo XX —con Sartre a la cabeza— tuvieron su propia comprensión. “Para ellos, la historia de Dostoievski tiene que ver con un desafío de la elección individual. Los existencialistas dicen que la ética del hombre moderno consiste en considerar que, aunque Dios no exista, no todo está permitido. Es decir, vivir conforme a un tribunal interior y no conforme a un tribunal divino o exterior”, señaló Villoro. No obstante, más allá del enorme reconocimiento por su novela Crimen y castigo —y de otros textos—, hay quienes dicen que su gran novela fue, sobre todo, la última que llegó a escribir antes de su muerte: Los hermanos Karamázov. Según el propio Dostoievski, esta sería una primera parte de una segunda, la cual llamaría Los chicos (o Los niños). En estas, como proyecto literario, se había propuesto terminar de decirlo todo; buscaba esa manera —como también lo intentan algunos de sus personajes— de expresarlo todo para, luego de eso, no haya nada más que agregar. Él mismo llegó a decir: "Escribiré esta novela y moriré". Pero aquella primera, una obra acabada en sí misma, fue la última que llegó a publicar en vida en 1880, un año antes de morir.

El fin no justifica los medios y la belleza salvará al mundo

“El verdadero profeta del siglo XIX no fue Karl Marx, sino Dostoievski”, dijo una vez Albert Camus. La sentencia de este escritor francés refiere a lo que el autor ruso presentía con respecto al futuro de Rusia —sabiendo que el régimen zarista empezaba a tambalear—, si los grupos revolucionarios radicales y nihilistas —según los denominaban— se hacían del poder. Como dicen algunos expertos en su obra, como Nelly Prigorian, “el autor no intentó hacer una crítica de las ideologías en sí, sino de los sistemas de poder que tejen sus redes en función del poder mismo. Nada vale en esos sistemas y todo se vale. No hay límites y el fin justifica los medios, aun si el medio son vidas humanas. Es por eso que Dostoievski se opone a ese nihilismo que no es mera negación de los valores en general, sino la negación en relación con el hombre”.
A partir del asesinato de un estudiante de Agronomía en Moscú, por cuestionar las ideas del revolucionario extremista Serguéi Nechaev, el autor ruso planteó esa misma dicotomía: el fin no justifica los medios y la revolución no puede llevar a una nueva autocracia. Tal vez anticipó ciertos momentos que acontecieron luego de la Revolución de Octubre y tantos otros ejemplos de la historia universal. Por eso Camus señaló al autor como un auténtico profeta y un anticipador de los Estados totalitarios del siglo XX.

Con su segundo matrimonio tuvo cuatro hijos y, aunque solo dos de ellos llegaron a la vida adulta, logró tener cierta estabilidad emocional con su última mujer: Anna Dostoyévskaya, quien trabajó como taquígrafa cuando el autor escribió El jugador para pagar varias de sus deudas. Pero la presión de los acreedores, su adicción al juego y el empeoramiento de la epilepsia debilitaron la frágil salud del escritor. Con 59 años de edad, y debido a su enfermedad mal tratada, Fiódor Dostoievski murió en su casa de San Petersburgo, el 9 de febrero de 1881.

“El hombre puede vivir sin ciencia, puede vivir sin pan, pero sin belleza no podría seguir viviendo, porque no habría nada más que hacer en el mundo. Todo el secreto está aquí, toda la historia está aquí”, decía Dostoyevski. Y de su novela El idiota, surge su famosa frase: “La belleza salvará al mundo”. Pero ¿cuál es esa belleza? Se trata de una cita que, muchas veces, se confunde con el ideal de belleza occidental y contemporánea. Sin embargo, el autor ruso hace referencia a aquella ligada a la sencillez e inocencia, y al sufrimiento transmutado como única manera de redención posible, que manifiesta lo divino en lo humano. Y ese cambio trascendental debe realizarse en este mundo y en carne propia, y no en el más allá como propone la religión católica.

A 200 años de su nacimiento, Fiódor Dostoievski continúa en el corazón de distintas generaciones de lectores, gracias a las permanentes y nuevas ediciones, que siguen releyendo y reinterpretando sus obras. La enorme influencia dostoievskiana, aún hoy, contribuye a seguir repensando desde distintas perspectivas los rincones más luminosos y más oscuros de la existencia humana.


La soprano argentina María Belén Rivarola y la pianista rusa Irina Dichkovskaia.

Homenaje a Dostoievski en el Centro Cultural Kirchner

En el día del bicentenario del natalicio del escritor Fiódor Dostoievski, la soprano argentina María Belén Rivarola y la pianista rusa Irina Dichkovskaia le rinden homenaje con un recital que reúne canciones y piezas para piano de Piotr Ilich Chaikovski y Sergei Rachmaninoff.

Programa

Piotr Ilich Chaikovski (en arreglo de M. Pletnev)
Fragmentos de la suite del ballet El cascanueces
Marcha
Danza del Hada de Azúcar
Andante maestoso

Selección de canciones
“¿Por qué?”, op. 6 n° 5 (texto: Ivan Klimenko)
“Solamente aquel que amó”, op. 6 n° 6 (texto: Lev Mey, sobre un poema de Johann Wolfgang von Goethe)
“Si reina el día”, op.47 n° 6 (texto: Aleksei Nikolayevich Apukhtin)

Sergei Rachmaninoff
Preludio en do sostenido menor, op 3 n° 2
Preludio en re mayor, op. 23 n° 4
Preludio en sol menor, op. 23 n° 5
Étude-tableaux en mi bemol menor, op. 39 n° 5
Momento musical en mi menor, op. 16 n° 4

Selección de canciones
“En el silencio de la noche”, op. 4 n° 3 (texto: Afanasy Fet)
“No cantes, bella”, op. 4 n° 4 (texto: Aleksandr Pushkin)
“Sueño”, op. 8 n° 5 (texto: Aleksey Pleshcheyev, sobre un poema de Heinrich Heine)
“Aquí está bien”, op.21 n° 7 (texto: Glafira Galina)
“Aguas primaverales”, op. 14 n° 11 (texto: Fyodor Tyutchev)

Por consultas sobre entradas e ingresos, escribir a: [email protected]

La entrada es gratuita, solo con reserva previa. Todas las personas que asistan deben estar previamente registradas (inclusive menores de edad, que en todos los casos deberán ingresar en compañía de un adulto). No se podrá realizar reserva de entradas en el lugar.
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