Presidencia de la Nación

La perversión ilustrada

Stella Segado reflexiona sobre un discurso de Emilio Massera en la Escuela de Mecánica de la Armada


Stella Segado

Licenciada en Gestión de Políticas Públicas
Coordina el área de Memoria y Archivos de Territorios Clínicos de la Memoria

“...Lentamente, casi como para que no nos diéramos cuenta, una máquina de horror fue desatando su inequidad sobre los desprevenidos y los inocentes en medio de la incredulidad de algunos, de la complicidad de otros, y el estupor de muchos” (...) “tuvimos que acostumbrarnos de a poco, porque no era fácil admitir que el país entero se veía forzado a una monstruosa intimidad con la sangre” (...) “y no hubo noche en la Argentina que no se cerrara sobre un nuevo llanto…”

La Escuela Mecánica de la Armada fue un centro clandestino de detención, pero también fue una unidad de formación militar; allí funcionaron la Escuela de Guerra Naval, la Dirección de Educación Naval, el Liceo Naval Almirante Brown, la Escuela Nacional de Náutica y la Escuela Nacional Fluvial, y como toda unidad militar era vivienda de aspirantes, conscriptos, suboficiales y oficiales de la Armada, mientras estuvieran de servicio.

Eduardo Emilio Massera era el Comandante General de la Armada y era Cero. Así se hacía llamar cuando participaba de operaciones donde no debía conocerse su nombre. Él pertenecía a un arma elitista y gorila, protagonista del bombardeo a la Plaza de Mayo y la masacre de Trelew. Creyó que las FFAA en el poder podrían ser un salto a un proyecto político propio y en pos de ese proyecto creó el diario Convicción para difundir sus ideas y para ello sometió a trabajo esclavo a un grupo de secuestrados.

En noviembre de 1976, como jefe de la Armada dedica este discurso a la memoria de los caídos “en la lucha contra la subversión”. Lo hace en la plaza de armas de la ESMA, rodeado de invitados especiales, de periodistas, de medios – por lo menos se ve en primer plano los micrófonos de canal 13 y canal 11- y de todo el personal superior de la fuerza, además de los que se encontraban destinados allí.

Pero también lo hizo a metros de donde sus víctimas se encontraban secuestradas. Es probable que hasta lo hayan escuchado. Sus palabras, con las que inicié este texto, bien podrían explicar la barbarie de lo que fue el terrorismo de estado.

El centro clandestino funcionaba en el edificio donde se encontraba el lugar físico destinado para comida y esparcimiento de los oficiales - de todos los oficiales- lo que se llama en la vida militar, el Casino de Oficiales.

Cuesta aceptar que dos realidades tan extremas convivieran. Ese abismo entre la dogmática y rutinaria vida cotidiana de una guarnición destinada a la formación militar y la inhumanidad de la tortura y la desaparición es la expresión de lo siniestro en su mayor despliegue.

Este documento fílmico permite develar esas dos vías por donde transcurría la vida en la ESMA: la pública y la clandestina. De la última sabemos por los sobrevivientes y sus testimonios y por la reconstrucción minuciosa y pormenorizada de investigadores que a partir del relevamiento documental pudieron seguir las huellas que dejaron las acciones clandestinas, como parte de las rutinas que la burocracia guardó disfrazadas de una supuesta legalidad.

Podríamos entonces imaginar la otra escena, la que no pudieron contar quienes no sobrevivieron. De sus ausencias, sus faltas, de sus voces en las otras voces: anónimos, encapuchados, torturados, mal alimentados, sin lazos, perdidos en el tiempo y espacio. Pero ese día, escuchando la fanfarria militar, las voces de mando, los tacones en el desfile militar sobre el patio de la ESMA, el canto bravío puesto en el himno nacional y la voz del demonio o de Cero.

Y el brindis, habitual en cada acto militar, ¿habrá sido en el salón Dorado del Casino de Oficiales? ¿Habrá visitado el centro clandestino? ¿Entró por el sótano? ¿subió por las escaleras que recorrían el edificio donde los oficiales tenían su camarote? Y ellos, parados en posición de firme, ¿hicieron la venia tras su paso? ¿habrá sido parte del recorrido programado por el director de la escuela para agasajar al jefe? ¿llegó a capucha? ¿Recorrió el largo pasillo rodeado del grupo de tareas y del capellán de la armada? ¿Se paró en alguna cucha, para saber de alguien que la ocupaba? ¿Fue antes o después de su discurso?

Falta esta pieza. La imaginamos. De esos huecos también está hecha la Memoria.

Para Inspiraciones: pensamientos desde archivos. Bicentenario del Archivo General de la Nación.

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