Lila Caimari
Historiadora
Hace no tanto, en un tiempo que ahora parece remoto, pasé una temporada en el AGN leyendo legajos de papel. Eran documentos del Fondo Tribunal Criminal, causas sobre homicidios, estafas, violaciones, calumnias e injurias, todos ocurridos en Buenos Aires entre fines del 1800 y comienzos del 1900. Llegaban a la sala junto a otros pedidos, en cajas apiladas en una carretilla. Los usuarios nos acercábamos a recoger lo nuestro haciendo crujir el piso de madera antigua. Lo levantábamos con esfuerzo, lo abríamos enguantados, con parsimonia, bajo la mirada de la responsable de la sala.
Involucraban a gente de todo tipo, esos papeles. Había recién llegados (de Europa o del campo), trabajadores castigados por abandonar sus responsabilidades o rebelarse contra ellas, padres abusivos, empleados sospechados de hurto o desfalco, algún que otro personaje importante querellado por injurias. Después de mucho merodear, me detuve en un homicidio, el de un joven francés recién desembarcado, que había respondido inocentemente a un aviso en el diario La Prensa. Ese aviso era una trampa, y así fue engatuzado por su flamante patrón, y envenenado pocas semanas más tarde para cobrar un seguro de vida adquirido en el interín. Era un crimen pensado, hecho de cálculo y planificación, una rareza en aquella ciudad donde la muerte de los hombres jóvenes ocurría a golpes de cuchillo y riñas de café.
"Luis Castruccio. Por envenenamiento en la persona de Luis Bouchot Constantin. 1888". El legajo era enorme, más alto que ancho. Contenía decenas de testimonios en escrituras discontínuas, tomados por sumariantes de la policía primero, y empleados de la justicia después. Hablaban vecinos, detectives, abogados, peritos químicos y criminológicos, el imputado mismo.
“CASTRUCCIO, Luis por envenenamiento de BOUCHOT, Constantino”. Archivo General de la Nación, fondo Juzgado del Crimen. ID: AR-AGN-JCRI01- C46
Dos piezas saltaban a la vista, ítems que habían servido de evidencia crítica en la pesquisa. La póliza del seguro de vida "La Previsora", firmada muy desprevenidamente por la víctima, estaba allí para probar la siniestra impostura del acusado. Muy bien conservado, con sus membretes, sellos, firmas, y formulario de preguntas anodinas, el documento irradiaban cierta pulcritud burocrática que no dejaba de ser amenazante, y producía un sorprendente efecto de realidad. Como tantos documentos del crimen, este elocuente vestigio decía cosas que excedían la peripecia que lo había llevado hasta ese legajo. Informaba sobre las nuevas formas de interrelación personal en una ciudad de desconocidos, por ejemplo, o sobre el avance del seguro como mecanismo de protección para quienes habían cortado lazos con las redes familiares de la comunidad de origen.
La segunda pieza era un diminuto cuaderno, un objeto casero que parecía incongruente entre tantas páginas de origen institucional. Su propia inocencia y su contraste con lo demás le proveían un aura adicional. ¿Qué contenía esa libretita? Listas de gastos del asesino: cepillos eléctricos "Dr Scott", telas para cortinas, señas de terrenos en loteo, encargos para el sastre, deudas de lavandería, productos "de botica": todo un compendio de preocupaciones materiales, expectativas de apariencia, consumos. Entre muchas cosas, allí estaban los datos del veneno utilizado en el homicidio (arsénico), que servirían al detective Belisario Otamendi para construir su caso, y consagrarse en la policía de Investigaciones y el periodismo de la época: por este motivo había sido este modesto artículo incluído en el legajo. Leído a la distancia, sin embargo, se volvía un documento para otro tipo de ejercicio detectivesco. Allí estaban, también, las prendas para comprender el contexto material y el impulso aspiracional tras un crimen nuevo, eminentemente moderno en motivación y ejecución. Un siglo y medio más tarde, el cuadernito azul de Luis Castruccio se había tornado en llave para colocar a los personajes de esta historia en el mundo de expectativas y relaciones que la había hecho posible.
Para Inspiraciones: pensamientos desde archivos. Bicentenario del Archivo General de la Nación.
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