Presidencia de la Nación

Inadecuaciones

Javier Trímboli reflexiona sobre la historia social argentina de comienzos de siglo XX a partir de un mapa de Buenos Aires de 1895.


Javier Trímboli

Historiador

Un plano antiguo, de una ciudad que hace mucho es otra, invita al juego de los reconocimientos y de sus fallas. Semejanzas y diferencias con el mapa que tenemos en nuestra cabeza de la ciudad en la que vivimos. Observemos rápido: a un ramal del Ferrocarril Oeste, que llega hasta lo que desde hace decenas de años es Parque Patricios, se lo nombra “Ferrocarril de la basura”. Aunque se le ponga esfuerzo, no se encontrará la avenida Pueyrredón sino a otra que se llama Centroamérica. Sin 9 de julio ni Obelisco. Una planta de gas en lo que hoy es una de las plazas más infectada de consumo y diseño de Palermo. Buenos Aires: 1895 y 2021.


"Plano de Buenos Aires de la Guía Nacional 1895 de Pablo Bosch. Dimensiones: 750 x 550 mm. En colores". Archivo General de la Nación, colección Mapoteca. Código: AR-AGN-MAP01-II68.

Importa el año preciso en que se confeccionó y grabó este plano porque se lo agita como el punto más alto de la curva civilizatoria de la Argentina, con el PBI per cápita más alto del mundo. Son los “ganados” y las “mieses” a los que le cantará Leopoldo Lugones en el Centenario. Esta pujanza no se transparenta de manera sencilla en la imagen que tenemos ante nosotros y que preservó el Archivo General de la Nación; quizás se la podría adivinar en lo que parece una expansión segura, la de esa mancha reticulada, cargada de nombres que ahuyentan el vacío –de calles, hospitales, plazas, etc.-, sobre el territorio apenas dividido en manzanas generosas y también improbables. Lo que propulsa, lo que le da dinamismo a ese movimiento, es la llegada masiva de inmigrantes que los barcos traen desde la Europa pobre y una economía agroexportadora que los precisa. Pero no a todos, no a tantos. Tampoco para satisfacer el anhelo que los embarcó, el de la tierra.

Contra el optimismo facilongo, que quiere creer que en ese entonces sí la Argentina era parte sonriente del mundo –y que esa condición la alivianaría sustancialmente de problemas-, no hace falta citar a un anarquista. Escribe Sarmiento poco antes de morir: “¿Quiénes son los ciudadanos de este El Dorado ya presentido por los antiguos conquistadores, ciudad sin ciudadanos, pues, de sus cuatrocientos mil que la habitan, la más industrial parte y la que representa el aspecto moderno se declara extraña (…)?” Se construye la Torre de Babel, seguimos al sanjuanino, pero las lenguas no se vuelven una en ese instante soberbio, no hay entendimiento ya que nadie quiere dejar de lado su lengua de origen. Cierto que lo que a Sarmiento lo alarma, pues imaginó que el proceso civilizatorio que había alentado con enjundia iba a adquirir una forma más “virtuosa”, a algunos de nosotros nos fascina. De la falta de armonía, de las instituciones desbordadas, de un control inevitablemente laxo -la tecnología al uso no daba para mucho más-, estaba naciendo una cultura obrera y popular nada fácil de gobernar, que hará crujir la hegemonía de las clases dominantes, signando por entero a nuestro siglo XX.

Cuenta Claude Lévi-Strauss que en 1935 en San Pablo se vendían mapas en los que la ciudad aún limitaba con vastos territorios descriptos con esta anotación: “territorios desconocidos habitados por los indios.” Lo asalta la saudade al fenomenal antropólogo francés. Nada parecido ocurre en nuestro plano y se sabe por qué, pero al friccionarlo con la historia, o con algunas de las contradictorias piezas de la cultura que llegaron hasta nosotros, se puede ver que la inadaptación -o la inadecuación- entre las multitudes y la sociedad estaba a la orden del día, hormigeaba en cada recodo de la ciudad, aportando un nuevo soplo de vitalidad.

A las multitudes que se lanzan sobre Buenos Aires José Luis Romero las denomina “aluviales”, esa palabra elige en un libro que, sin escribir el nombre del peronismo, sólo se entiende por el 17 de octubre de 1945. Su problema no es muy distinto al de Sarmiento: ¿cómo anclarlas, cómo volverlas sociedad? Con mucho de lamento porque no se supo integrarlas garantizando su deferencia, la reverencia a las instituciones en las que había encarnado la civilización.

“Y sin duda la libertad verdadera, si ha de venir, llegará desde el fondo de los campos, bárbara y ciega, como la vez anterior, para barrer con la esclavitud, la servidumbre intelectual y la mentira opulenta de las ciudades vendidas.” (Ezequiel Martínez Estrada, Radiografía de la pampa)

Para Inspiraciones: pensamientos desde archivos. Bicentenario del Archivo General de la Nación.

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