Presidencia de la Nación

Cuerpos, entre la tierra y el cielo

El arquitecto Pablo Pschepiurca reflexiona sobre experiencias humanas de una Buenos Aires sin río, a la luz de la pandemia actual.


Pablo Pschepiurca

Arquitecto

Estos cuerpos, que parecen levitar en un paisaje abstracto y metafísico, en un espacio que no es cielo ni es tierra, se despliegan, solos, de a pares o en bandadas serpenteantes, sobre el lecho del Río de la Plata, disfrutando, lúdicos, su extraña y efímera ausencia.

Al verlos hoy, sofocados todos nosotros por el viento de la muerte, sorprende y conmueve, en esos cuerpos fotografiados desprevenidamente, el abrazo, el juego, la alegría, la complicidad, la risa franca, la cercanía, la diversión despreocupada, el clima de travesura.

Cuerpos relajados, con sus cabellos al viento, revueltos por los últimos ramalazos del Pampero. Estos cuerpos, que ocupan toda nuestra atención, motivo único de las fotografías, son indudablemente, cuerpos vivos, plenos, vitales, inquietos, presentes.

El 8 y 9 de octubre de 1937, como sucede reiterada pero no cíclicamente, quizás para desmentir a Mallea, quien acababa de publicar La ciudad frente al río inmóvil, o bien para desairar a Le Corbusier, que ese mismo año describía a nuestro Río de la Plata como Le Grand Front du Mar, un centro de baja presión se instaló en las cercanías de Mar del Plata, provocando ráfagas huracanadas, desde el Sudoeste, sobre Buenos Aires.


Cuando Buenos Aires se quedó sin río, 1937. Archivo General de la Nación, fondo Acervo Gráfico, Audiovisual y Sonoro. Referencia: AR-AGN-AGAS01-Ddf-rg-3234-161182

El Río sin orillas se transformó, en pocas horas, en una gran orilla barrosa. El Río se hizo repentinamente, invisible desde aquellos primeros rascacielos, festejados por la aspiración tardía de Mallea a la concentración urbana. Esa Ciudad pujante de mediados de los 30, está también ausente en estos sorprendentes registros fotográficos.

Saer, entre otros, resaltó, por insólito, el juicio estético y la decepción de Darwin en su llegada a la desembocadura del Río de la Plata. “No hay grandeza ni belleza en esta inmensa extensión de agua barrosa”.

Cuando esa inmensidad barrosa volvió a ser retirada por el Pampero, en 1937, no generó ya aquel estupor y desesperanza que, en 1792, había impulsado a dos jinetes a salir al galope desde el fuerte para intentar encontrar al Río fugitivo, al que recién avistaron en las cercanías de la Colonia del Sacramento. Por el contrario, la bajante ofreció a los porteños, un paisaje inédito y la oportunidad de una aventura colectiva y novedosa.

Ese pampero que, en 1806, había permitido a la caballería atacar, sobre el lecho seco de un Río retirado, al buque inglés agresor, aquel vientazo frío que, en 1810, había dejado a la intemperie al barco español, presa de infructuosos ataques en pleno fondo fangoso, ese mismo Pampero, el más nacionalista y criollista de nuestros vientos, como ironiza el propio Saer, nos ha dejado, casualmente, unas fotografías fantásticas, reveladoras, de cuerpos deseantes, estridentes. Cuerpos que hoy extrañamos.

Cuerpos y actitudes añorados, abrazos olvidados, risas sofocadas, cercanías y roces, cuchicheos y cachetes arrobados, manos tibias y apretadas, andar rápido y seguro, miradas firmes.


Cuando Buenos Aires se quedó sin río, 1937. Archivo General de la Nación, fondo Acervo Gráfico, Audiovisual y Sonoro. Referencia: AR-AGN-AGAS01-Ddf-rg-1462-161180

Hoy, desde el corazón de la pandemia y ante esos cuerpos, no puedo dejar de ver los nuestros. Nuestros propios cuerpos, ateridos, más rígidos, dolidamente distanciados. Nuestro deseo de acercamiento frustrado, nuestro rostro embozado, nuestro habitual vagabundeo urbano limitado.

Y, más aún, en relación a aquellos cuerpos del 37 y aún a los nuestros de hoy, ¿qué es de los cuerpos de los enfermos, de los internados, de los aislados?, y, me pregunto con pudor y con pavura, ¿qué ha sido de los cuerpos de los muertos por este virus avieso? Estos cuerpos son hoy el objeto de nuestro desvelo, cuerpos moribundos, flotando también entre el cielo y la tierra.


Cuando Buenos Aires se quedó sin río, 1937. Archivo General de la Nación, fondo Acervo Gráfico, Audiovisual y Sonoro. Referencia: AR-AGN-AGAS01-Ddf-rg-1462-161181

Esos cuerpos yacentes, boca abajo, intubados, sedados, monitoreados. Los cuerpos aislados, muriendo en aterrorizada soledad una muerte invisible. Cuerpos pensados como amenaza, piel intocada, muertos separados de los suyos, muertos sin despedidas ni rituales ni tiempo.

Como observara Sandra Gayol, una muerte que se nos muestra cada día y cada día se nos escamotea.

Un silencio de muerte.

Hemos aprendido mucho sobre vientos y bajantes en los últimos doscientos años. Basta leer a Susana Stagnaro, entre otros, para disfrutar de relatos minuciosos sobre estos procesos en nuestro Río de la Plata.

Frente a la pandemia, por el contrario, estamos aún azorados, como aquellos porteños de 1792, que, atónitos, buscaban aquello que siempre había estado allí y que ya no estaba más.

Para Inspiraciones: pensamientos desde archivos. Bicentenario del Archivo General de la Nación.


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