Presidencia de la Nación

Racismo y mercado de trabajo


En esta nota encontrarás un relato sobre las manifestaciones concretas y cómo impacta en la vida de las personas la matriz colonial y el racismo estructural en nuestro país.

Por Nicolás Fernández Bravo

Descargá y leé el primer número: ¿No hay racismo en Argentina?

Lógicas, procesos y perspectivas pospandémicas

El racismo es indisociable de la modernidad

_ Michel Weviorka

I

Dominga concurrió al Servicio de Asesoría Pública para denunciar que su empleadora la había maltratado. Una amiga con la cual solía conversar en sus viajes en tren le había aconsejado hacerlo, porque entendió que los recurrentes insultos a los que la sometía “la patrona”, terminarían por derrumbarla anímicamente. Se había vuelto una práctica habitual: al regresar del trabajo, su amiga se desahogaba entre llantos y enojos por la forma en la que se relacionaba en el trabajo más prolongado y estable que había tenido. Cuando el funcionario del Servicio la recibió, en medio de una crisis emocional, este se sorprendió que le dijera que era argentina, pues a todas luces parecía dominicana.

_ Disculpá, ¿que te hace pensar que soy dominicana?
_ Bueno, no sé. Tu apariencia. ¿Tenés DNI?

El trámite por maltrato laboral requería que la relación laboral fuese comprobable, es decir que se encontrase registrada como tal. Al tratarse de un empleo informal, pero a su vez de muchos años, tenía todas las vicios de una relación mediada por el afecto. Durante varios años, Dominga creyó efectivamente que era como una persona más de la casa. Pero su situación cambió cuando los hijos de la patrona crecieron y sus múltiples tareas “indispensables para nuestra familia, que es como la tuya” se redujeron. En las tardes, sin muchas obligaciones pendientes, solía tomar mate. Fue en los viajes en tren, hablando con otras colegas, cuando comenzó a preocuparle su futuro. Jamás había pensado qué haría cuando realmente no la necesitaran más. Ya no era la misma joven a la que los varones le querían ofrecer dinero en la vía publica. La tensión se hizo insostenible la tarde en que Dominga le preguntó por el aviso que había visto desde el tren, en el que se invitaba a las personas trabajadoras de casas particulares a registrarse, y poder tener derecho a una jubilación. De hecho, Dominga no sabía exactamente qué era “jubilación”, pero interpretaba que le permitiría una vejez menos apremiante.

_ ¿Qué te ponga en blanco, Dominga? ¿Para qué? No sé de dónde sacaste eso, si acá sos como una más de la familia. Te hemos dado hasta cama y comida. No te creas que en cualquier lugar vas a poder tomar mate todas las tardes, eh.
_ Señora, lo que yo necesito es no estar en negro. Eso me dijo una amiga. Su patrona la puso en blanco. Ví un aviso que explica cómo funciona. Pero me dicen que lo tiene que iniciar usted…

Ese fue el punto de no retorno. Posteriormente vinieron los insultos, y lo que la patrona luego llamó “la traición”. Realmente se sentía traicionada. Era una emoción que venía profundamente de sus entrañas. Una emoción que terminó por transformarse en odio, y como tal quedó asentado en el expediente del Servicio de Asesoría Pública, cuando el funcionario transcribió: “¿qué se cree esta negra de mierda, que me va a venir ahora a joder la vida con la jubilación?”

Los ancestros de Dominga habían limpiado casas, lavado la ropa de distintas generaciones, amamantado a la descendencia de varios amos. Al principio, en su condición de esclavas, de amas de leche, de libertas. Mas tarde como mucamas, las “sirvientas”. Dominga lo sabía, lo recordaba. Y lo olvidaba, lo quería olvidar. Era una memoria que no deseaba preservar, aunque estaba allí. Siempre. “Como flotando en el aire”, le dijo a su amiga en el tren.

II

La familia de Mailén y Nahuel se propuso participar de la convocatoria impulsada en el Hotel Internacional por Labor Morality, Inc. (LMI), una organización internacional de promoción de microemprendimientos productivos con rango consultivo en el Sistema de Naciones Unidas. Era una oportunidad única, toda vez que las reiteradas veces que habían presentado completo el Formulario III ante la Repartición Municipal de Trabajos (RMT), la experta técnica les había objetado una y otra vez la propuesta, argumentando que ese tipo de emprendimientos no era para “ellos”. Al llegar al Hotel Internacional, les informaron que el ingreso era solo y exclusivamente para personas acreditadas previamente, según constaba en el Acuerdo de Cooperación entre el Estado y LMI, cláusula 3–B.

Sorprendidos, recordaron a los organizadores que LMI tenía por propósito precisamente, empoderar a las comunidades indígenas, y que no entendían por qué no podían ingresar.

_ Se trata de una actividad cerrada, en la que los expertos técnicos vamos a evaluar la mejor manera de hacerles llegar proyectos laborales para ustedes. Todo esto se encuentra contemplado en el Tratado Transocéanico para la No Discriminación Racial (TTNDR). Entiendan que con esto sólo queremos ayudarlos.
_ Pero, según entendemos, el Tratado Transocéanico para la No Discriminación Racial (TTNDR) establece precisamente, en su acápite 6–A, que “las personas indígenas serán consultadas y participarán de todas las instancias de decisión”!

Luego de insistencias reiteradas, y tras el llamado pacífico a las fuerzas del orden, Mailén y Nahuel fueron invitados a retirarse y ser atendidos en la Oficina Municipal la mañana siguiente. Al llegar, les ofrecieron masas finas que habían sobrado del catering encargado por LMI. La experta técnica se encontraba junto a una Asesora Principal de Estado y el Referente Extraordinario de LMI, quienes evaluarían con rigurosidad el Formulario III. Aunque la Asesora Principal se preguntó si realmente Mailén y Nahuel eran indígenas, pues no llevaban puesta su vestimenta típica, el Referente Extraordinario propuso hacer una excepción con condicionantes. Habían elaborado una propuesta para la consideración de un Proyecto Productivo Tipo 4, que incluía un “paquete tecnológico”. Pero por única vez, aprobarían un Proyecto Productivo Tipo 2.

Unos meses después, la comunidad donde residían Mailén y Nahuel recibió noticias alentadoras: su proyecto había pasado a Fase II, y podría ser sometido a “Verificación Financiera Implementacional”. Esto significaba que en menos de 6 meses, se beneficiarían con el inicio de El Proyecto. Sin embargo, cuando finalmente recibieron la aprobación también se notificaron que los Proyectos Tipo 2 contemplaban exclusivamente la financiación para “emprendimientos étnicos” sin paquetes tecnológicos, por lo que deberían continuar elaborando artesanías.

III

Los hijos de Pochi comenzaron a trabajar en “el limón” cuando su madre tuvo que viajar a Buenos Aires para trabajar como empleada doméstica. Desde niños, hicieron trabajos temporales en el campo junto a su padre, pero luego de años extenuantes, y tras el accidente que este había sufrido en la rodilla, se limitaron a una sola cosecha anual, en la provincia vecina. A Pochi la conocían como “la chasca”, por su pelo ensortijado. Consecuentemente, sus hijos habían recibido el apodo de “los chasquitos”. El primer problema que tuvo uno de los chasquitos fue con El Turco, el individuo que año tras año los reclutaba para formar parte de su cuadrilla. Fue en la camioneta de El Turco cuando Mariano –tal era el nombre del hijo mayor de Pochi– escuchó por primera vez la palabra “encomendero”, cuando uno de sus compañeros se burlaba de El Turco.

_ Vos me volvés a decir así y yo te recago a trompadas, chasquito de mierda. ¿Me escuchaste? Te hago aca.

La amenaza le quedó marcada a fuego, y el rostro de El Turco no se le borró jamás. Ni siquiera años más tarde cuando, asustado, lo volvió a enfrentar por las condiciones en las que vivían en el campamento y los pagos discrecionales que recibían, cuando los recibían. Mariano ya había escuchado sobre la ley en la radio, esa que decía que no podían abusar así como si nada en los trabajos de temporada. Sólo que desconocía cómo hacer para que efectivamente alguien le prestara atención. Sus compañeros de cuadrilla le tenían miedo, y sabían que si alguien levantaba la voz, no se cobraba.

Cuando Mariano entró al local, el nuevo delegado del sindicato lo hizo esperar 2 horas y media, lo suficiente como para que pierda el último micro que lo llevaba hasta el cruce, desde donde le tocaba caminar 10 kilómetros hasta la casa. Finalmente el delegado lo atendió.

_ Decime, cabeza. ¿Siempre jodiendo? El Turco ya me habló de vos, te tiene bien marcadito. ¿Sos medio maricón, que no te bancás el campamento? ¿O no te entra la cabeza en el catre? Jajaja… ya te voy a conseguir uno más grande ¡Mas que cabecita negra, vos sos el negro cabezón!
_ Lo que necesito es que me paguen la parte del sueldo que me descontaron. Hice más cajones de limón que mis compañeros de cuadrilla, y me pagaron la mitad.

La espera le había dado tiempo al Turco hasta para afeitarse. Entró a la delegación con una patada. A diferencia de la película “El Patrón”, que fuera utilizada para lanzar la campaña global contra el trabajo forzoso en Buenos Aires, la gresca entre el patrón y el santiagueño no terminó con una puñalada en el abdomen. De casualidad. El Turco llamó al Interventor, que a su vez llamó al comisionado, quien por último contactó al destacamento 26. Hasta el Gobernador se enteró de la trifulca, y que al Turco le decían “el encomendero”. La carátula del expediente llevó por título Desobediencia reiterada agravada por injurias ofensivas, y quedó olvidada hasta que años mas tarde el Turco la mandó a Archivo, cuando llegó a ser Intendente Municipal.

IV

Abdoulai ingresó al territorio nacional por el sur de Brasil, donde había llegado luego de un arriesgado viaje por mar y tierra desde su Guinea natal. Su biografía parecía más propia de una zaga de un libro de aventuras antes que la de un simple trabajador migrante. A tal punto resultaba inverosímil, que una pareja de prestigiosos periodistas llegó a escribir un best seller, Colgado de la hélice de un barco, donde narraban en parte las peripecias por las que había atravesado Abdoulai antes de instalarse en el Cono Sur de América, una región que le resultaba tan exótica como intrigante. Una parte del libro, efectivamente, estaba ilustrada por sus testimonios. Aunque otro tanto estuvo antes bien alimentado por los imaginarios de la pareja de periodistas, quienes perdieron contacto con su “informante” antes de que el libro se transformara en un éxito en ventas.

Su llegada al país se vio facilitada por Idrissa, referente de las redes se sostén comunitario que le permitieron acceder a un modesto préstamo para comprar mercadería y trabajar revendiéndola en la vía pública. El día en que se enteró que un diplomático de su país se encontraba en la ciudad, no dudó en hacer una consulta para regularizar su situación migratoria. Así le habían sugerido sus amigos de Fraternidades Migrantes, una red de trabajadores migrantes que había conocido durante sus clases de español. Al tratar de ingresar a “La Casa del Inmigrante”, se encontró con Baakir, socio de Idrissa. Le informó que el diplomático se había tenido que retirar, pues el Sistema de Convenios Entre Países no contemplaba excepciones al artículo 42 para Asistencia a Peticionantes de Refugio, el cual se limitaba estrictamente a Países Tipo 3.

Decepcionados, volvieron a tender su manta en el Parque donde regularmente vendían su mercadería junto al resto de sus amigos de Fraternidades Migrantes. Esa misma tarde, un operativo policial ejecutó una orden estricta: impedir que vendedores sin permiso volvieran a instalarse en el espacio público. Abdoulai se sintió acompañado, ya que muchos de sus amigos eran latinoamericanos y hablaban castellano. Sin embargo, el operativo pareció tener un solo objetivo: manteros africanos.

_ Vos, el morocho. Te dije varias veces que acá no te vamos a aceptar. Insistís, seguís. ¿No entendés español, o sos boludo? Vení, subí. Entrá.

Mientras le torcía la muñeca para hacerlo subir al patrullero, la reacción del resto de las personas generó un gran revuelo. Algunos advirtieron que mientras el accionar policial se centraba en los tres manteros africanos, el resto de los vendedores no eran maltratados. Empujones, golpes, gritos, sirenas y camiones hidrantes. Pronto llegaron para solidarizarse organizaciones sociales y militantes políticos. Uno de ellos conocía muy bien a Abdoulai y su gente, y llegó a mediar directamente con la policía, que reaccionó subiéndolo junto a Idrissa y Baakir.

A los pocos minutos la noticia recorría todos los medios con un encabezado potente: “La mafia de los manteros”. La policía había apresado al renombrado militante, a quien señalaban por defender a “tres africanos”. Su nombre fue portada de los principales medios, con una fotografía que lo tenía como protagonista y de fondo, el rostro borroso de los otros.

V

Doris ingresó al Palacio de los Tribunales por primera vez en su condición de “testigo”, aunque ella insistía en que la llamaran “testiga”. Había participado de todas las movilizaciones y reclamos previos, y pensó que el día del juicio no llegaría jamás. Habían pasado ya más de 10 años del incendio donde habían muerto los hijos de su comadre Sonia. Pero un nuevo incendio en otro taller textil, había vuelto a poner la discusión sobre el llamado “trabajo esclavo” al ruedo. No sólo los vecinos de la Asamblea barrial y los trabajadores de su país se habían mostrado solidarios: el conjunto de los trabajadores migrantes se habían cansado de denunciar todo tipo de abusos y arbitrariedades en trabajos tan mal pagos y precarios como necesarios para el funcionamiento de la economía. Mucho había cambiado desde entonces, y había cierta expectativa por los resultados que podría traer el juicio. Sin embargo, las condiciones de trabajo no habían cambiado tanto. Doris, cansada de esas mismas condiciones, había optado por ingresar formalmente a una fábrica de indumentaria. Se había propuesto como delegada de sector, justo el día anterior a la citación judicial.

_ De ningún modo. No te podés ausentar, y mucho menos por esa causa. ¿No te das cuenta que ensucia a toda la industria? El resto de tus compañeras son igual de morochitas que vos y no hacen tanto escándalo. Además, son Argentinas.
_ Me voy a presentar igual, tengo una orden de la Justica.

El juicio por el delito de reducción a la servidumbre seguido de muerte fue extenso. Al promediar el proceso, Doris pensó que no era cierto lo que escuchaban sus oídos. Junto al resto de sus compañeros de La Colectiva Costurera, oyeron impávidos la estrategia de la defensa: caracterizar como racialmente inferiores a los responsables del taller, ocultando manifiestamente que ellos ejecutaban ordenes para terciarizar la producción encargada por los dueños de las marcas.

_ Mis defendidos tienen una mente bastante primitiva, lo cual no les permite comprender la legislación laboral. De hecho fue pensada para argentinos, y ellos vienen de otra cultura. Se tiene que entender de una buena vez que la gente andina es más sumisa laboralmente, y tiene parámetros culturales completamente diferentes.

Fue como salir de un round de boxeo. Durante mucho tiempo había participado de foros, seminarios y talleres. Sus amigos la habían invitado a discutir el mundo del trabajo y su relación con el racismo, pero siempre consideró que se trataba de algo más complejo. Había quedado en evidencia lo más vulgar del prejuicio racial, y expuesto por una letrada. Pese a todo, era optimista e imaginó que el juicio se ganaría sin problemas.

Al llegar a su domicilio, se encontró con la sorpresiva visita del Secretario de la Agremiación Trabajadores de la Ropa. La candidatura de Doris a delegada de sector había sido objetada esa misma tarde por la Comisión Argentina de Revisión porque, según le informó el Secretario, “no daba con el perfil”. Pero eso no era todo: además le adelantó que una compañera de la fábrica había registrado una denuncia por hurto contra ella, y que conforme lo establecía el Decreto Urgente de Necesidad número 69, sería expulsada del país en 72 horas.


La relación entre racismo y mercado de trabajo ha recibido una atención limitada en la literatura que aborda el análisis, el diseño y la implementación de políticas públicas en Argentina. Son varias las razones que explican esta relativa ausencia, que se corresponde con un señalamiento más visible –aunque oscilante– en los medios de comunicación y redes sociales. Acaso la primera y principal razón radique en que, al no haber estadísticas desagregadas que permitan dar cuenta taxativamente de las dinámicas generales que tienen los “condicionantes raciales” atribuidos a una persona en la búsqueda, permanencia y calidad del trabajo, resulte difícil conocer las dimensiones del fenómeno a escala nacional. Esto se debe al lugar incómodo que ocupa en el lenguaje cotidiano el término raza y a las particulares genealogías de las palabras negro (Frigerio, 2008; Alberto y Elena, 2016) e indio (Briones, 2005). El desplazamiento de la raza al campo de lo políticamente incorrecto no eliminó los razonamientos racistas, y muchas veces tampoco facilitó la comprensión de los motivos por los cuales la lógica del racismo encierra una paradoja: mientras que en el sentido común referir a razas simplemente “queda mal”, desandar el legado del racismo supone nombrarlo y denunciar su existencia concreta.

Muchos de los trabajos presentados en este dossier abordan los problemas de la dimensión biológica y los derivados esencialistas del concepto de raza, y permiten a su vez comprender el uso político y estratégico que hacen de él tanto analistas como activistas comprometidos en señalar las implicancias de los procesos de racialización. Esto es, las formas mediante las cuales se asignan características o habilidades inmutables a grupos humanos segregados a partir de su fenotipo – o dicho más coloquialmente, a partir de sus características físicas, y en particular su color de piel.

Una segunda razón, acaso más específica, es posible encontrarla en la complejidad para aprehender concretamente una práctica racista en el mundo del trabajo, muchas veces diluida por su estrecha relación con las relaciones de clase. No toda interacción conflictiva entre personas fenotípicamente diferentes, o incluso similares, deriva necesariamente en una acción de discriminación racial. Por el contrario, una significativa cantidad de conflictos laborales no suelen ser pensados desde una perspectiva racial y es posible que muchos de ellos no tengan componentes racistas. Aquí el término “significativamente” es central, pues lo cierto es que no sabemos ni en qué magnitud ni de qué modo, las relaciones laborales se encuentran atravesadas por condicionantes de raza.

Todo lo cual nos lleva a una tercera razón sobre la cual este trabajo busca formular aportes. Las relaciones laborales son, por definición, relaciones desiguales. El modo más extendido para equilibrar ese desequilibrio, ha sido la representación gremial. Si partimos de la tesis de uno de los pocos estudios que ha logrado demostrar que no tener un color de piel blanco expone a las personas, con independencia de su educación, sexo y edad, a condiciones desfavorables en el mercado de trabajo (De Grande y Salvia, 2013), cabe entonces preguntarse bajo qué formas este problema ha sido representado, no sólo en los ámbitos sindicales, sino en el sentido más profundo del término representación. Afirmaré que esta relativa marginalidad en el tratamiento de lo racial en el mudo del trabajo, se debe a la escasa (o nula) auto-representación que tienen las personas trabajadoras en tanto sujetos racializados durante su labor.

Lógicas y procesos de racialización

Los cinco fragmentos de historias laborales y sociolaborales reunidos en la primera parte de este texto, resultan útiles para analizar las relaciones entre racismo y mercado de trabajo en la Argentina. Presentan un abanico de situaciones que pretenden señalar no sólo los casos que se centran en “minorías étnicas” o grupos culturalmente marcados por una diferencia, como podrían ser los pueblos originarios, los afrodescendientes o los migrantes, sino también a aquellas personas que simplemente no son lo suficientemente blancas para posicionarse mejor dentro del sistema de jerarquías raciales que tácitamente ordena el mercado de trabajo. Su enfoque cualitativo permite reponer información que las estadísticas laborales no logran captar, dejando evidencia de su carácter histórico y advirtiendo cuáles son algunas de sus lógicas vernáculas, aquello que Federico Pita ha caracterizado como el “racismo criollo”. Según el politólogo afroargentino, los problemas raciales forman parte del mito fundante de la nación Argentina, y deben situarse en la oposición entre civilización y barbarie. El legado sarmientino estructura el tiempo y el espacio de la nación hasta nuestros días, y ha sido analizado en clave racial (Geler, 2016). No obstante, ha recibido una atención menor como un factor constante en la organización y el disciplinamiento del mercado de trabajo.

Tanto el trabajo doméstico como el trabajo rural, y en particular el de temporada, constituyen ejemplos robustos de cómo se han mantenido elementos de una persistente y marcada segregación étnico-racial de la fuerza de trabajo (Ledesma et.al, 2011, Fernández Bravo, 2016), la cual remonta sus orígenes al orden pigmentocrático colonial. Se trata de segmentos que en total concentran no menos de 3 millones de personas trabajadoras. Pese a haber sido objeto de un destacado tratamiento legislativo en los últimos años, no fue posible identificar estrategias específicas orientadas a comprender e incidir en problemas y constantes racializantes en este importante segmento de la población trabajadora.

La lógica “oculta” del racismo criollo puede ser comprendida si se la compara con la visibilidad que ha cobrado la perspectiva de género en los últimos años. La segregación por género afecta tanto al trabajo rural (mayormente desarrollado por varones) como al trabajo en casas particulares (desarrollado casi enteramente por mujeres). Consecuentemente, los movimientos sociales han presionado por la implementación de acciones complementarias para abordar los problemas sexistas en cada segmento. Por el contrario, la tarea incómoda de nombrar lo racial como un factor de exclusión que dificulta la movilidad socio-ocupacional, parece hacer impensable su abordaje específico en el mercado de trabajo. Esta lógica ha permanecido en el tiempo y continúa operando tácitamente en la selección de la fuerza de trabajo, y más explícitamente en muchas interacciones y conflictos del mundo laboral.

Del mismo modo que la narrativa del progreso constituyó la formación de una comunidad imaginaria blanca y europea llamada Argentina, la migración fue su fuerza motora poblacional. En ese contexto, no todos los inmigrantes se insertaron en el mercado de trabajo de igual manera, y la misma dinámica migratoria comenzó a segregar tempranamente calidades de migrantes, generando hasta la actualidad situaciones de discriminación racial (Canelo, 2008). Las personas trabajadoras de países limítrofes y crecientemente los trabajadores de origen africano, se desempeñan mayormente en condiciones precarias en la economía popular (Lamborghini y Kleidermacher, 2019), donde han sido hostigados y han contado con una muy modesta representación jurídica. Según lo manifiestan muchos africanos, la condición de extranjería parece incidir diferencialmente en función del fenotipo del trabajador migrante, con independencia de su nivel educativo. Este problema ha sido analizado y señalado reiteradamente por el colectivo “Identidad Marrón”, que ha denominado al fenómeno como la racialización del trabajo precario, en una afirmación esclarecedora sobre cómo operan los condicionantes raciales en el mercado de trabajo.

Para el caso del sector de la confección de la indumentaria, que ocupa un número oscilante y estacional de trabajadores tanto nacionales como extranjeros, la principal señal de segregación surge de las tasas de registro. Se estima que no menos de un 65% del total de los trabajadores textiles, lo hacen sin aportes al sistema de seguridad social (Bertranou y Casanova, 2013), en pequeñas unidades productivas de no más de 10 personas. De este subconjunto, aproximadamente el 92 % son extranjeros. Los propios gremios del sector presentan un alto índice de sindicalización entre los trabajadores nacionales, poniendo en evidencia que la mayoría de los trabajadores, no sólo no se encuentran representados, sino que existen obstáculos directos e indirectos para el acceso de los extranjeros a posiciones de incidencia en las organizaciones de trabajadores.

En tanto relación social, el racismo ha sido objeto reciente de renovadas reflexiones, dejando de lado la aparente irrelevancia con la que había sido tratado localmente (Alberto y Elena, 2009). Los procesos de discriminación racial cobraron interés de Estado con la creación del Instituto Nacional contra la Discriminación la Xenofobia y el Racismo (INADI), en el año 1995. En el documento que diera base al Plan Nacional contra la Discriminación, el racismo es presentado como uno de sus tres eje transversales, y su relación con el mundo del trabajo es señalada en algunas de sus propuestas estratégicas y medidas de acción inmediata (Villalpando, 2005). Su definición presenta un aporte central para la comprensión del carácter procesual del racismo. Allí se aclara que

(…) las prácticas sociales discriminorias no se explican por ninguna característica que posea la víctima de dichas prácticas, sino por las características del grupo social, sociedad o Estado que lleva a cabo el proceso discriminatorio (p. 29)

Al enfatizar en que los procesos discriminatorios se dan en relaciones desiguales de poder, y al señalar la agencia determinante de la entidad que discrimina racialmente, el Plan Nacional sentó las bases para problematizar las formas de escencialismo cultural en el que muchas veces queda atrapado el racismo. El mundo del trabajo no ha sido ajeno a la atribución de habilidades diferenciales a grupos culturales o nacionales definidos, una práctica muy frecuente que asigna a priori características que limitan la movilidad –e incluso la imaginación– socio-ocupacional de las personas. Mientras que estos ejercicios pueden ser vistos en micro-interacciones en apariencia inocentes entre una “experta técnica” y un grupo de beneficiarios de un proyecto de empleo, pueden ocupan un lugar mucho más destacado en lo que confusamente se ha dado en llamar “economías étnicas”, como es el caso del referido rubro textil. Este tipo de prácticas no es infrecuente en acciones que han tenido como protagonistas al Estado, organismos internacionales e incluso la propia justicia penal. La discriminación racial puede operar en situaciones tan imperceptibles como en los criterios para completar un formulario o en el curso de una causa judicial.

Como se señaló, un aspecto saliente caracteriza a la discriminación racial en el mundo del trabajo: su escasa representación, ya sea en los ámbitos de las relaciones laborales, como en la esfera política. Muchos de los problemas que ilustran las interacciones y conflictos que se presentan en la primera parte de este texto, fueron recogidos en los márgenes de la visibilidad estadística y pasaron mayormente inadvertidos: se encuentran asentados en biblioratos de difícil acceso, en interacciones públicas que no pudieron o no llegaron a ser denunciadas, en narraciones reconstruidas sobre una camino campesino o en un vagón de tren, o terminaron subsumidas a luchas enmarcadas en causas sobre-determinadas por las relaciones de clase. Aunque la economía popular se encuentra marcada por lo racial, el sistema de clasificación en el que opera tiende a volverlo irrelevante.

Las organizaciones y colectivos de trabajadores que experimentan lógicas y procesos de discriminación racial en los propios cuerpos de sus miembros, no siempre ocupan un lugar destacado en el mundo del trabajo, y han sido marginadas de los principales espacios de negociación e influencia. La relativa fragmentación, tanto social como espacial, en la que se desempeñan las personas trabajadoras cuyas historias de vida permiten analizar el racismo, ha contribuido decisivamente para que esa dimensión específica permanezca poco problematizada. Sin embargo, un creciente grupo de personas han comenzado a señalar este obstáculo como un problema de auto-representación (Colectivo Simbiosis Cultural, 2010; Molina y López, 2010). Son los sujetos racializados en el marco de condiciones laborales racializantes, quienes se encuentran mejor posicionados para representar los problemas del racismo en el mundo del trabajo. La auto-representación ha estado en el centro de todos los reclamos de los sujetos colonizados a lo largo de la historia moderna, de la cual la República Argentina no es en modo alguno una excepción.

Perspectivas pospandémicas

Aún no sabemos cuándo comenzarán a emerger los contornos del mundo pospandémico, ni mucho menos qué fisonomía tendrá el mundo del trabajo en ese entonces. Tampoco sabemos exactamente cuál habrá sido el impacto de la pandemia en aquellos sectores de la población que ya se encontraban en situaciones de vulnerabilidad con anterioridad al 11 de marzo de 2020. Es posible imaginar, no obstante, que de no comprender mejor las lógicas que operan en los procesos de racialización, será factible que las tendencias que han ordenado las jerarquías del color permanezcan inmutables. Tal como lo afirmara recientemente Michel Houellebecq, el mundo pospandémico puede ser igual, pero peor. Acaso estemos frente a una oportunidad sin precedentes para introducir los cambios necesarios para des-racializar el mundo del trabajo y las relaciones laborales.

Una tarea semejante enfrenta un desafío importante: cómo estandarizar los indicadores fenotípicos, de modo tal que permitan dimensionar el problema sin re-estigmatizar a los mismos grupos marcados por el racismo. Sociedades con mayor experiencia en la temática, acaso puedan inspirar alternativas. A modo de cierre, se presentan 6 aristas que podrían ser contempladas para imaginar un mundo en el que lo racial no condicione el ingreso, la permanencia y la calidad del trabajo en la Argentina.

  • En primer término, es necesario reconocer la importancia específica que han tenido las variables étnico-raciales en la conformación de un imaginario nacional racialmente blanco y culturalmente europeo. Este mito cimentó un arraigado prejuicio que asocia colores de piel más oscuros a un estatus socioeconómico bajo o popular. Comprender las dinámicas del racismo no solo implica “conocer” a los grupos de población racializados, sino interpelar la blanquedad como una matriz estructurarte de las relaciones socio-espaciales y los privilegios que se derivan del hecho de tener un color de piel más claro.

  • En segundo lugar, resulta imperioso favorecer formas de auto-representación gremial y política de las personas trabajadoras racializadas, en particular aquellas que se encuentran trabajando en la economía popular y no tienen acceso a los derechos básicos de la seguridad social. Aquí el desafío supone un ejercicio de imaginación política, pues no se trata de promover “sindicatos étnicos”, si bien esto en sí mismo es materia de debate, sino de garantizar una adecuada representación en los ámbitos laborales. En la actualidad, es difícil encontrar indígenas, afrodescendientes o migrantes en los espacios de decisión de organizaciones de trabajadores, movimientos sociales, programas de gestión y espacios políticos. Por el contrario, las pocas veces en la temática es abordada, es a través de “expertos” y no desde la enunciación de las personas afectadas por el racismo.

  • Una tercera arista se encuentra íntimamente ligada al modo en que la burocracia internacional genera recomendaciones de política pública y cómo esos mismos entramados jurídicos son incorporados en la normativa nacional. La normativa internacional es indispensable para el funcionamiento del sistema de derechos humanos, pero su implementación práctica suele generar confusión y desencanto entre las propias personas que las tienen como destinatarios. Es necesario revisar y eventualmente rediseñar acuerdos y tratados internacionales cuyos propósitos e intenciones abstractas no modifican las lógicas que perpetúan la segmentación étnico-racial del mundo del trabajo y mantienen vigentes procesos de discriminación racial de larga data.

  • Una manera innovadora de incidir en estas tendencias, puede darse mediante la formación de agentes y funcionarios públicos en las temáticas del racismo, en sus distintos niveles de desagregación (Ministerios, Institutos, Municipios). Un abordaje específico sobre cómo es su dinámica en el mundo del trabajo debería incluir como estrategia el diálogo social y tener un impacto tripartito (sindicatos, empleadores y gobierno). Dichas instancias de formación, deberán contar con la activa, si bien no exclusiva, participación de los colectivos de personas racializadas.

  • En quinto lugar, se debe impulsar la formación de cuadros técnicos entre los grupos de población racializados, con el objeto de fortalecer el conocimiento de la normativa y la implementación de políticas de Estado que los tengan como protagonistas. Distintos colectivos racializados han señalado correctamente la impronta aún colonial que reviste el tratamiento del racismo, y proponen la descolonización del Estado y la gestión, incorporando su experiencia y conocimientos en el análisis, diseño, implementación y monitoreo de políticas antidiscriminatorias.

Por último, puede resultar oportuno analizar cómo las nuevas formas de precarización laboral, en particular las variadas aplicaciones y trabajos de plataforma, operan sobre la base de ventajas competitivas derivadas de una segmentación étnico-racial del mercado de trabajo.

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