Presidencia de la Nación

“No hay interseccionalidad posible sin les negres”


Apuntando a los afro feminismos como agentes de cambio

Por Florencia y Patricia Gomes

Descargá y leé el segundo número: Género e interseccionalidad

Interseccionalidad ¿para qué?

Una de las consecuencias más degradantes - y escondidas - del racismo estructural, que se articula con el capitalismo y el patriarcado, es la exclusión, en todos los aspectos y ámbitos imaginables, de las mujeres trans, cis, travestis, no binaries y varones trans afrodescendientes. La tan popular interseccionalidad viene a poner al descubierto estas condiciones de marginación, negación, precariedad e informalidad en la que nos encontramos.

El concepto de interseccionalidad fue acuñado por Kimberlé W. Crenshaw, académica afro estadounidense, a fines de la década del ’80, para dar cuenta de cómo el racismo y el sexismo se interseccionaban generando experiencias singulares de opresión a las mujeres negras de ese país. En palabras de la propia Crenshaw: “empecé a usar el término ‘interseccionalidad’ para confrontar el hecho de que muchos de nuestros problemas de justicia social como el racismo y el sexismo a menudo se solapan, creando múltiples niveles de injusticia social.” Es Patricia Hill Collins, también académica afro estadounidense, quien convierte a este concepto en un paradigma, en una categoría de análisis para las diversas opresiones que cargamos sobre nuestras espaldas aquelles sujetes oprimides por el hetero cis patriarcado, como resultado justamente de un sistema de poder estructurado a partir de la conjunción de “raza” , género, clase, sexualidad y nación/Estado.

Este concepto trascendió de tal manera que ha sido tomado por los diversos feminismos y por algunos Estados que han comenzado, en los últimos tiempos, a incorporar la interseccionalidad como una variable para el diseño de las políticas que intentan dar respuesta a las cuestiones de géneros, más nunca a las cuestiones de “raza”. Es innegable que los movimientos feministas han logrado instalar en las agendas de los Estados los temas vinculados a la histórica opresión de géneros, pero sigue siendo una deuda pendiente materializar la tan pregonada interseccionalidad y contemplar realmente las experiencias particulares que vivimos las diversidades y mujeres negras. Ello implica comprender que el racismo es una forma particular en que se violentan nuestres cuerpes, y que cuando una mujer o persona LGBTIQ+ afrodescendiente sufre, por ejemplo, violencia por motivos de géneros, se debe considerar también como un posible caso de violencia racista. Sin esta perspectiva, cualquier abordaje o análisis que se intente estará destinado al fracaso.

Feminismo para pocxs

Los feminismos negros o afro feminismos nacieron como una respuesta contrahegemónica al feminismo tradicional, es decir, a aquel encarnado por mujeres cis blancas, de clases medias/altas y heterosexuales. Un histórico movimiento que siempre se caracterizó por la exclusión de las demandas de quienes no encajaban en esa categoría universal de “mujer”. No debemos perder de vista, siguiendo a la teórica feminista María Lugones, que las categorías coloniales, occidentales y binarias de género (hombre/mujer) no fueron creadas para nosotres, considerades no-humanes.

Mientras las mujeres que componían el feminismo blanco y hegemónico reivindicaban su derecho a salir de la esfera doméstica y escapar del destino inevitable de la maternidad - de los mandatos impuestos a la feminidad decimonónica - para ocupar los mismos espacios y tener los mismos salarios que sus maridos blancos, las mujeres negras nunca tuvimos oportunidad para ser amas de casa ni madres dedicadas. La esclavización nos convirtió en objetos bestializados, en mera mano de obra puesta al servicio del colono. Como sostiene Angela Davis, experimentamos una igualdad sexual en el “trabajo” al hacer las mismas tareas que los varones cis negros. Por ello, sus reivindicaciones nunca nos representaron.

Según esta teórica afro feminista, mientras las mujeres blancas luchan por romper sus techos de cristales y obtienen logros que sólo ellas pueden disfrutar, las mujeres y diversidades afro aún seguimos limpiando sus pies y sus escalones, viendo cómo nuestras condiciones materiales de existencia sólo se agravan por el racismo estructural e institucionalizado. Davis, en una gira por España en el 2018, sentenció:

“El feminismo del techo de cristal se basa desde el principio en las
jerarquías (...) las que ya están lo suficientemente altas para estar
en la cima son probablemente blancas y, si no lo son, ya son ricas
porque están en lo más alto. Todo lo que tienen que hacer es empujar
para abrir el techo (...) cualquier feminismo que privilegia a
aquellas que ya tienen privilegios, está destinado a ser irrelevante
para las mujeres pobres, mujeres de clase trabajadora, mujeres negras,
mujeres trans, o mujeres trans negras (...) La esperanza
revolucionaria reside precisamente entre las mujeres [y personas
LGBTI+] que han sido abandonadas por la historia y ahora se ponen de
pie y hacen que se oigan sus reivindicaciones.”

Algune podrá decir que, en este contexto de cambio y transformación, los movimientos feministas en esta latitud han logrado enormes conquistas que nos “incluyen”, que las banderas de la igualdad y del combate a la violencia de género nos arropan a todas y todes. Sin embargo, un somero análisis de quiénes ocupan posiciones de poder nos mostrará que aquelles que siguen tomando las decisiones sobre las cuestiones que nos afectan, son blanques; que quienes votan las leyes son blanques; que les Ministres que tienen entre sus funciones aplicar políticas públicas son blanques; que hasta les funcionaries que nos atienden en los diversos organismos a quienes debemos exponer nuestras necesidades en busca de respuesta estatal, son blanques.

Es difícil hablar de interseccionalidad cuando sólo vemos cómo estas lógicas excluyentes siguen reproduciendo el racismo estructural que obstaculiza el pleno y efectivo goce de los derechos de nuestras comunidades, y que no permite que tengamos participación alguna en los procesos de diseño y ejecución de políticas públicas que nos atañen, procesos que además casi ni existen.

Es urgente cambiar estas lógicas. El cambio cultural que está en marcha en torno a las cuestiones de géneros debe ir acompañado de una profunda transformación cultural y estructural en torno a las prácticas racistas institucionalizadas (y por supuesto naturalizadas), que requiere abandonar la posición racista y sexista, pero al mismo tiempo asumirla para poder abordarla desde la base. Es decir que, para que este camino al cambio sea posible, es necesario entendernos dentro de un sistema capitalista neocolonial que es innegablemente racista, sexista, cis heterosexual y que, contradictoriamente, es el Estado y las instituciones las que mantienen y mantuvieron históricamente estas relaciones de poder. Son los movimientos afro feministas y antirracistas quienes tienen una gran potencialidad como agentes de cambio real.

Ni voz ni voto, nunca más

Las diversidades y mujeres afrodescendientes debemos enfrentarnos, al mismo tiempo, tanto con el racismo de la sociedad blanca - entendida la blanquitud no como el color que realmente portan las personas que componen esta sociedad, sino más bien por los valores que subyacen a esa construcción y los privilegios que otorga a les categorizades como “blanques” - como con el sexismo reproducido por los varones cis negros, librando también luchas hacia dentro del propio movimiento.

Es así que debemos coexistir con varones blancos tomando todas las decisiones que afectan al conjunto de la sociedad, en un nuevo rol de “aliados” con escasos, insuficientes o nulos cuestionamientos de sus masculinidades; con mujeres blancas que escalan posiciones sociales y económicas bajo la bandera de la equidad omitiendo las experiencias y opresiones que experimentan mujeres y diversidades no blancas; y, como si esto no fuera suficiente, con varones cis negros que lejos de cuestionar y reelaborar sus masculinidades desde una perspectiva además étnica, también acaparan espacios que no les corresponden, confundiendo los espacios de decisión colectiva, sintiéndose habilitados a hablar sobre y por nosotres/as.

Basta recordar cómo la confluencia de los dos movimientos políticos más trascendentes del Siglo XIX en Estados Unidos, el abolicionismo y el sufragismo, excluyeron de sus demandas a las personas LGBTI+ y a las mujeres negras: el primero al poner en el centro de sus demandas de igualdad a los hombres cis negros; y el segundo dedicado a obtener el voto de las mujeres cis blancas. Así, históricamente, las mujeres trans, cis, lesbianas, bisexuales, no binaries, varones trans negres no tuvimos (y aún parece que no tenemos) ni voz ni voto.

El contexto es a la vez oportuno para dar vuelta la página. No necesitamos que se arroguen nuestra representación quienes no experimentan en sus cuerpxs las devastadoras consecuencias de la matriz compuesta por el racismo, el sexismo, el clasismo, cis centrismo, lgbtiq-odio, etc.

Desde hace varios siglos nosotres, mujeres trans, cis, lesbianas, no binaries, bisexuales afrodescendientes venimos construyendo la resistencia, un movimiento propio con nuestras propias demandas, espacios donde rescatamos nuestra ancestralidad y ejercemos el autocuidado. Pero muchas veces los movimientos afro “visibles” caemos también en el cis centrismo, situación que requiere ser lo suficientemente crítica para incorporar e internalizar las demandas y necesidades de les compañeres LGBTIQ+, y de quienes no se identifican con la categoría binaria de “mujeres”.

Por lo tanto, la interseccionalidad es necesaria incluso dentro de nuestros mismos espacios afro centrados, ya que vivimos en un sistema que asimila las opresiones y que no nos exime de replicarlas. La agenda del movimiento afro en muchos espacios termina estableciendo prioridades en torno a un sujeto central “mujer” (cis). Por ello, abandonar la centralidad del sujeto “mujer” y “apostar a la transformación del sujeto identitario como un sujeto múltiple” , en constante construcción y co-construcción, y entendernos todes como sujetes de opresión del hetero-cis-patriarcado, es el camino que debemos emprender.

¿Interseccionalidad o tokenismo?

La interseccionalidad no sólo es un concepto que nos permite revelar las múltiples opresiones que experimentamos algunas personas, sino que también supone una herramienta para pensar esas realidades en clave de acceso a derechos, de mejora de condiciones materiales de existencia y de política pública. Entendiendo al Estado como el principal responsable de la reproducción de las desigualdades en cuanto que superestructura moldeada por el capitalismo, el hetero cis patriarcado y el racismo, combinados para la conservación de las estructuras de poder que oprimen a las mayorías subalternizadas, la transformación no puede venir desde este lugar.

El verdadero cambio tiene que producirse desde las bases, al contrario de como sucedió históricamente donde las políticas, acciones y medidas son pensadas, elaboradas y ejecutadas por quienes se encuentran en lo más alto de la pirámide social, posición totalmente sesgada e influenciada por los amplios privilegios que detentan y que de ninguna manera están dispuestes a perder. Parafraseando a Ángela Davis, la revolución tiene que venir desde abajo para subvertir el orden de cosas establecido y construir otra sociedad, con otros valores y con otros objetivos, alejados de la lógica de la explotación y extracción capitalista.

Incorporar la perspectiva interseccional implica no sólo tener en consideración nuestras opresiones, experiencias y problemáticas, sino que requiere también abrir los espacios en donde se crean y deciden las políticas para que la propia comunidad exponga sus demandas y decida sobre el curso de las acciones que la afectan, y esto incluye que haya personas afrodescendientes en lugares de toma de decisiones, no sólo aportando ideas sino decidiendo sobre su propio destino y el de la comunidad.

Desde nuestros espacios de lucha y resistencia, venimos proponiendo a diversos organismos y ministerios la incorporación de compañeres afrodescendientes en las estructuras del Estado, la creación de áreas específicas para trabajar las problemáticas ligadas al racismo estructural, con poder real y presupuesto concreto para generar verdaderas transformaciones en nuestras comunidades. De lo contrario, poner sólo una cara negra que hable bonito no será más que caer en el ya conocido tokenismo .

La pandemia es el racismo y la pobreza

Según las Naciones Unidas, hay más de 200 millones de afrodescendientes en las tres Américas y “se estima que más del 40% de les pobres de la región son afrodescendientes. Los discursos sobre la existencia de una ‘democracia racial’ en América Latina, como consecuencia de una supuesta integración cultural, se derrumban al identificarse los altos índices de inequidad existentes en los países.”

Argentina no es la excepción en tanto les afrodescendientes somos, además de una mayoría minorizada, empobrecides. Y no es que sepamos esto como una verdad revelada de las estadísticas oficiales porque ni siquiera figuramos en ellas, es lo que vivimos y vemos cotidianamente. La falta de estadísticas fiables sobre las comunidades afrodescendientes es también producto del racismo estructural porque se trató de una herramienta conscientemente manipulada para hacernos desaparecer, real y simbólicamente, desde los tiempos en que las clases dirigentes del siglo XIX ideaban este país como culturalmente europeo y fenotípicamente blanco, depositando sus pretensiones de progreso en les migrantes europxs blancxs. Basta ver el vigente artículo 25 de la Constitución Nacional, pues para muestra basta un botón.

Un reciente relevamiento realizado por el Observatorio de Géneros y Políticas Públicas sobre la organización laboral y distribución de tareas de cuidado durante el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) , incluyó la variable étnico-racial en algunas de sus preguntas, teniendo como objetivo “realizar un análisis interseccional del impacto del ASPO sobre la organización de la vida cotidiana respecto del trabajo productivo y reproductivo en la población residente en el AMBA.” El informe demuestra que en aquellos indicadores en donde se incluyó la variable étnico-racial, los resultados referidos a les afrodescendientes son los peores: el porcentaje de angustia y miedo en población negra o afrodescendiente se ubica por encima del promedio alcanzando un 75,8% y 52,7% respectivamente; solo el 1,6% de les encuestades fue suspendide o despedide, aunque este número se eleva a 2,2% entre la población negra o afrodescendiente de la muestra; del total de encuestades quienes perdieron ingresos representan el 38,9%, en población indígena ese número asciende a 45,9% y en población negra o afrodescendiente a 48,6%.

Si bien se trata de un relevamiento no oficial, es de los pocos instrumentos que disponemos sobre la situación actual de nuestras comunidades y que realmente adopta un enfoque étnico-racial. Además, nos permite confirmar una realidad que ya es ineludible: les afrodescendientes somos el último orejón del tarro. La pandemia vino a recrudecer las desigualdades de los sectores más postergados de nuestra sociedad y ahí, abajo de todo, estamos nosotres, una comunidad extensamente precarizada, situación que el ASPO no sólo empeoró, sino que también develó.

Capítulo aparte merecen les compañeres migrantes, sobre todo africanes que subsisten de la venta ambulante, quienes además de haber quedado excluides de todas las ayudas sociales brindadas por el Estado, se vieron obligades a salir a la calle para sobrevivir y se encontraron con violencia racista e institucional. La criminalización constante de la pobreza, del trabajo de la economía popular y la negritud son un combo letal y explosivo para nuestras comunidades.

La interseccionalidad es urgente, y la verdadera pandemia que nadie quiere ver es el racismo y la pobreza que padecen las comunidades afrodescendientes en Argentina, desde hace siglos.

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